El lenguaje con el que la maquinaria del Sistema está programando nuestra mente a nivel profundo, susurra incesantemente sus cifras estadísticas en nuestros oídos, como un mantra que nos aturde las emociones hasta el punto de que ya no vemos a las demás personas como iguales a los que amar o respetar, sino como datos sumables o restables, algo así como puntitos lejanos que vemos desde una gran altura y por los que no podemos sentir nada.
Si te perdiste las dos primeras partes de esta interesante serie, te dejamos el link a continuación:
El Lenguaje del Sistema: “Los medios masivos”
El Lenguaje del Sistema: “La Parametrización Social”
Este lenguaje, con su lógica fría y su simulación numérica y simplista de lo que es la emoción o la empatía, tiene la capacidad de convertir lo mágico, lo misterioso, lo inaprehensible, en una mera desviación estadística.
Por lo visto, es el lenguaje del nuevo mundo hacia el que nos encaminamos. Un lenguaje científico y tecnocrático, en el que los individuos de valor incalculable, con sus sueños y talentos únicos, son sacrificados impíamente en los altares de la eficiencia del Sistema para aumentar en un 0.1% algún indicador estadístico de la gran maquinaria.
Nos han infectado la mente con este nuevo lenguaje, con el objetivo de que nos adaptemos sumisamente al nuevo mundo que se está gestando y para que concibamos sus lógicas internas como algo natural e inevitable, como lo es el paso del tiempo, la ley de la gravedad o la constante de la velocidad de la luz.
De hecho, es algo que ya está sucediendo; es decir, la infección ya ha llegado a lo más hondo de nuestra psique. Con la actual crisis permanente, hemos visto como a gran cantidad de personas, con sus sueños, sus anhelos y décadas de esfuerzos a sus espaldas, se les ha “desechado” como piezas inservibles para favorecer un descenso de 100 puntos en la Prima de Riesgo o bien, para aumentar en un 0.3% el crecimiento económico interanual.
Lo peor del caso, es que la mayoría de la gente se lo ha tragado como si fuera la cosa más natural del mundo. Por lo visto, la inmensa mayoría de la población está dispuesta a sacrificarse en pos de alguna cifra macroeconómica abstracta sin preguntarse siquiera qué representa esa cifra, si es algo real o no, ni a quién favorece realmente la mejora de ese indicador de significado tan difuso.
Con expresión resignada nos encaminamos nosotros mismos hacia el altar de la oblación, siguiendo el sendero de la “responsabilidad ciudadana” para ser sacrificados por la gloria de Dios o, mejor dicho, por el “todo poderoso Sistema”.
Las voces de los grandes sacerdotes resuenan en los altavoces mediáticos, prometiéndonos que “nuestra sangre fertilizará los campos y aumentará el rendimiento de las cosechas en un 10%” y conformados, nos tumbamos sobre el altar para que nos desollen y para colmo, como seres humanos exigimos que se realice un ritual decente para nuestra inmolación, adornado con bellos cánticos de ofrenda o danzas ceremoniales. Así es, nos han programado hasta tal punto, que permitimos que cualquier funcionario gris y mediocre nos abra en canal y nos despelleje con desprecio, como si fuéramos reses en un matadero.
Y aquellos que se atreven a rebelarse y levantan sus gritos llamando a la rebelión, a la desobediencia, o incluso a quemar el templo, no tardan en ser acallados por sus propios compañeros, que los acusan de violentos, de poco solidarios o de vagos improductivos que no están dispuestos a sacrificarse por el bien común, el progreso de la humanidad, o la recuperación patria.
Son los nuevos herejes, ahora denostados bajo el apelativo de “terroristas anti-sistema” y no tardan en ser golpeados o incluso linchados por esas masas dispuestas a eviscerarse por la “gran causa” del Dios-Sistema.
Imaginemos por un momento… ¿qué habría pasado durante esta crisis si el lenguaje del Sistema no estuviera instalado en nuestra mente con toda su parafernalia estadística?
Sin duda, la reacción de la población habría sido muy diferente. Si la gente no se hubiera creído que su sufrimiento y sus apuros servían para que la prima de riesgo bajara 70 puntos o las expectativas de crecimiento pasaran del 0.9% al 3.2%, nadie se la habría tragado. Los ciudadanos solo se habrían fijado en los aprietos de su día a día, solo habrían visto a sus hijos viviendo peor que antes y eso los podría haber llenado de una rabia incontenible de impredecibles consecuencias.
Sí, es cierto, la rabia ha existido, se ha reflejado en las calles de alguna manera, pero ha sido apaciguada en gran manera por la susurrante voz del Sistema que, con su lenguaje falaz y su profusión de datos, ha conseguido hipnotizar a las masas y desviar toda esa rabia real y tangible, diluyéndola en un mar de datos abstractos e incomprensibles.
Ha sido al otorgarle cifras estadísticas al sufrimiento individual, disfrazándolo de esfuerzo colectivo, cuando la gente ha aceptado sumisamente su estado de precariedad. Cada gota de sufrimiento ha sido sustituida por un “dato estadístico esperanzador” (las vacunas, por ejemplo) que indica unos “prometedores resultados” y una “incipiente recuperación” y la gente ha seguido recibiendo los latigazos con la cabeza gacha, pensando “bueno, ahora toca remar fuerte, pero pronto llegaremos a puerto”, como esclavos en una galera romana a los cuales se les comunica, tras una jornada extenuante, que “han rendido un 0.25% mejor que el día anterior y que su navío es un 1.2% más rápido que el resto de galeras de la flota”.
Mucha gente dirá que ha sido el gobierno el que ha manipulado a la población, ofreciendo todos esos datos macroeconómicos esperanzadores; pero esa solo es una visión superficial de la situación. La realidad profunda es que, si nuestra mente no hubiera sido programada con el lenguaje de la bestia y si no lo hubiéramos interiorizado tanto, hasta el punto de alterar nuestra percepción de la realidad, los gobiernos no dispondrían de ningún resorte para conducirnos como un rebaño. La clave de todo radica en la aceptación de los programas mentales.
Si fuéramos esclavos de una galera, la gente promedio pensaría lo siguiente: “Hoy me han pegado 3 latigazos, pero la media para esta galera es de 4 latigazos diarios… ¡qué afortunado soy!”.
O bien: “Hoy han muerto 8 remeros por extenuación, pero en el resto de galeras mueren 10. Tenemos un índice de mortalidad del 20% menor respecto a la media de la flota… ¡qué satisfacción!”.
Otros pensarían: “Hoy ha fallecido mi compañero de remo; es el cuarto de este mes, lo que indica un descenso interanual en el número de compañeros fallecidos en acto de servicio… ¡Sin duda, las condiciones mejoran!”.
La pregunta es… ¿dónde está la dignidad y el amor incondicional por la propia vida y por la de los demás? Si continuamos así y sustituimos cada latigazo, cada abuso, cada muestra de nuestra hiriente esclavitud e indignante sometimiento, por un dato estadístico vacío de sentido… ¿quién es el principal culpable de nuestra situación? El que abusa de nosotros y lo decora con datos vacíos para sacar beneficio de nuestro lavado de cerebro o nosotros, que nos creemos este lenguaje y lo tenemos interiorizado como si fuera algo real.
De manera lamentable, hemos acabado olvidando lo realmente esencial, que somos esclavos y que estamos encadenados a un remo donde nos pegan latigazos para que sigamos remando. Solo centramos nuestra atención en contabilizar esos latigazos en lugar de focalizar toda nuestra energía en luchar por dejar de ser unos esclavos de una vez por todas.
La dignidad no se puede cuantificar; no es algo negociable o relativo. Se tiene o no. Sin embargo, es algo que hemos olvidado por completo.
*No te pierdas la siguiente semana, la cuarta parte de esta interesante serie: “El Lenguaje del Sistema: Los clérigos del sistema”.
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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».
Redacción Anwo.life