Historia
El surgimiento del “Feudalismo Global”
Publicado
hace 3 añosel
Por
ANWO
¿Está el “feudalismo global” en el horizonte?
Seguro que se ve así. Utilizamos el término “feudalismo global” porque describe lo que parece ocurrir con el surgimiento del estado tecnocrático y la influencia innegablemente poderosa de las élites políticas e industriales sobre la vida de la persona promedio.
Feudalismo 101
El feudalismo, como recordará, fue el sistema económico militarmente impuesto y la estructura social de la Europa medieval principalmente desde el siglo X hasta el XIII, pero comenzó a fines del siglo VIII y principios del IX en Francia bajo Carlomagno. La realeza y la nobleza poseían toda la tierra —que estaba dividida en feudos— y todo lo que producía. (También tuvo su forma en China, Japón y otras sociedades a lo largo de la historia).
En esencia, el feudalismo implica concentrar todo el poder social, económico, de comunicaciones y militar (que incluiría pistolas y rifles) en manos de unos pocos, y una vida de servidumbre y falta de autonomía para la mayoría. Según esa definición, también podría incluir sistemas totalitarios como el comunismo y el nacionalsocialismo (por ejemplo, el fascismo) en ese cubo.
Deconstruyendo Economías
Hoy, bajo el lema «Reconstruir mejor», las élites están deconstruyendo deliberadamente las economías y las fuentes de alimentos están siendo destruidas o nacionalizadas. La abundancia está siendo reemplazada por la escasez. Como resultado, los precios de los alimentos y la energía están aumentando a medida que se cierne una recesión sobre las naciones occidentales. Esto se combina con el poder y el control sobre la vida de las personas que pasan rápidamente del ciudadano promedio a las élites políticas e industriales que se extienden a prácticamente todos los sectores de la sociedad a través de la institucionalización del estado tecnocrático.
Y está ocurriendo a un ritmo rápido.
Mayor seguimiento y control del rebaño de clase media
Por ejemplo, al igual que el régimen totalitario de China, los gobiernos nacionales elegidos democráticamente ahora rastrean la ubicación de los ciudadanos todos los días a lo largo del día a través de sus teléfonos celulares. Además, al igual que China, si el estado considera inaceptables los comportamientos o incluso las opiniones de los ciudadanos, puede censurar y censurará a los infractores por expresar su opinión o participar en protestas pacíficas.
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, nos mostró lo fácil que es hacerlo, con una respuesta mínima (si la hay) de la gente. Peor aún, Trudeau es solo la punta de un iceberg que va mucho más allá de las élites políticas, incluidas las personas más ricas y poderosas del mundo.
Para no quedarse atrás, el presidente Joe Biden firmó recientemente una nueva ley que pondrá en servicio a 87,000 nuevos agentes del Servicio de Impuestos Internos (IRS, por sus siglas en inglés).
¿Quién es el objetivo de esta nueva y mejorada fuerza del IRS que formaba parte de la llamada ley de «cambio climático«?
No son las grandes empresas; pueden aprovechar al máximo las leyes fiscales y su influencia política. ¿Alguien piensa que Bill Gates o Jeff Bezos son los objetivos de la nueva ley?
De ninguna manera. En cambio, lo más probable es que sean los millones de pequeñas empresas estadounidenses.
Poder concentrado de pandemia en manos de élite
Hablando de Gates, como descubrimos en la pandemia, el fundador de Microsoft ejerce una enorme influencia en el mundo. Su poder es casi indiscutible en la industria farmacéutica, en la política nacional de salud, en la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el suministro de alimentos de nuestra nación, en los medios globales, la academia global, la tecnología y la cultura de la información y, últimamente, en la adquisición de vastas cantidades de tierras de cultivo en los Estados Unidos. No es exagerado decir que el poder de Gates sigue creciendo.
Gates consulta habitualmente con los jefes de estado más poderosos del mundo y, a menudo, se le trata como tal. Ha sido un gran defensor de la vacunación contra el COVID-19 en el mundo y una persona influyente del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).
Ese es un nivel de poder e influencia sin precedentes para un hombre en lo que nos gusta pensar como una sociedad libre.
¿Qué busca lograr Gates con todo ese poder?
En una palabra, controlar. Es difícil evitar la conclusión de que él busca tanto poder y control sobre ti y sobre mí como sea posible. Pero no es solo Gates quien ejerce un poder tan amplio en la sociedad.
Con su profunda influencia en la venta minorista global a través de Amazon y su propiedad de activos de medios, incluido el prestigioso Washington Post, Whole Foods y muchas más empresas en industrias clave, Jeff Bezos no se queda atrás en su influencia política y económica.
¿Es sorprendente que, al igual que Gates, Bezos haya invertido en compras masivas de tierras de cultivo?
¿O que tanto Gates como Bezos están estrechamente alineados con el Foro Económico Mundial (FEM) y el Partido Comunista Chino (PCCh)?
¿O que Gates, en particular, favorece la vigilancia para hacer cumplir el cumplimiento de las vacunas?
Ciertamente hay más ejemplos de multimillonarios en connivencia con los jefes de estado, el WEF y viceversa, pero se entiende la idea.
En resumen, un grupo relativamente pequeño de multimillonarios y élites con un poder inimaginable en los gobiernos, la industria, la atención médica, los medios y el suministro de alimentos están colaborando para institucionalizar ese poder a escala global. Eso está sucediendo a medida que las instituciones financieras y los gobiernos obtienen más control sobre nuestros activos financieros, y la riqueza sigue pasando de las manos de la clase media a las manos de la élite.
No debería sorprender a nadie que gran parte de esta transferencia de riqueza se haya producido durante la pandemia. Los propietarios de pequeñas empresas y los trabajadores de clase media vieron caer su nivel de vida a medida que desaparecía su sustento, mientras que las grandes empresas y los multimillonarios vieron crecer enormemente su riqueza.
Como resultado, ha aumentado el poder y la influencia de los multimillonarios sobre los líderes políticos y las políticas. En muchos contextos, las formas representativas de gobierno están en el espejo retrovisor. El gobierno sin representación se está convirtiendo en la norma.
Recuerda cómo las empresas y las iglesias se vieron obligadas a cerrar, consideradas «no esenciales». ¿Recuerda cómo se detuvieron los pagos de alquiler de los inquilinos a los propietarios, pero no los pagos de hipoteca sobre las mismas propiedades?
Todo esto sucedió no por voto del Congreso sino por decreto, de organizaciones no elegidas y entidades supranacionales como el CDC, el WEF y la OMS que no tenían derecho a hacerlo.
¿Alguien cree que no se ejercerá el poder en la próxima pandemia que, según Gates, está a la vuelta de la esquina? (Y él debería saberlo, ya que nos dijo que vendría el último antes de que nadie más lo supiera).
¿Dónde deja eso a los ciudadanos promedio?
Parecería que nos enfrentamos a la pérdida de nuestras libertades individuales y autonomía económica a causa de un sistema feudal de dos clases emergente, de arriba hacia abajo, donde la élite posee todo y el resto de la humanidad es poco más que siervos sin recurso.
Viviremos de bichos, no de carne, según Gates, y no poseeremos nada, según el líder del FEM, Klaus Schwab.
¡Pero al menos nos sentiremos bien con el cambio climático!
*James Gorrie
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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».
Redacción Anwo.life
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Historia
🧭 América: El descubrimiento que ya había ocurrido
Publicado
hace 2 semanasel
10 de octubre de 2025Por
ANWO
La historia oficial dice que en 1492 un genovés iluminado, armado con tres carabelas y una fe improbable, cambió el mundo.
Pero esa historia —la que aprendimos en los libros de primaria y en las ceremonias escolares de octubre— empieza demasiado tarde.
Cuando Cristóbal Colón pidió audiencia con los Reyes Católicos, el planeta ya estaba cartografiado a medias, navegado en secreto y recordado por quienes nunca escribieron su versión.
Había rutas comerciales africanas cruzando el Atlántico, pueblos polinesios que ya sabían orientarse por estrellas que Europa ni conocía, y una tradición nórdica que hablaba de un continente boscoso al otro lado del mar.
El “descubrimiento de América” fue más bien la institucionalización de un secreto a voces, el momento en que la historia europea decidió ponerle nombre y firma a algo que ya existía.
Por eso, más que un punto de inicio, 1492 fue un punto de edición.
“Cuando Colón zarpó, el mapa del mundo ya lo estaba esperando.” DARINOSI

«El mundo ya estaba dibujado»
Los vikingos: la prueba que nadie puede negar
Durante siglos se creyó que los relatos sobre Vinland —esa tierra cubierta de viñedos más allá del mar— eran mitología nórdica.
Hasta que en 1960, una pareja de arqueólogos noruegos, Helge y Anne Stine Ingstad, descubrió en Terranova, Canadá, algo que cambió la historia para siempre: L’Anse aux Meadows, un asentamiento escandinavo de hace más de mil años.
Ahí estaban las pruebas materiales que ningún mito podía fabricar:
- fragmentos de hierro forjado,
- clavos de barco,
- herramientas de carpintería,
- y los cimientos de ocho casas construidas con turba, idénticas a las de Groenlandia.
El carbono-14 y la dendrocronología confirmaron la fecha: año 1000 d.C.
Medio milenio antes de Colón.
Los vikingos no conquistaron ni colonizaron América, pero sí fueron los primeros europeos que tocaron su costa, la habitaron y la dejaron atrás.
Y sus propias crónicas —las Sagas de los Groenlandeses y la Saga de Erik el Rojo— narran ese viaje con una naturalidad que desmonta la épica del “descubrimiento”.
“Vinland no fue un sueño. Fue una escala.”
Esa fue la diferencia: los vikingos no necesitaban descubrir un nuevo mundo, solo encontrar madera, hierro y comercio.
Y cuando los recursos se agotaron, se marcharon sin reclamar nada.
Por eso el mito los olvidó: no fundaron imperios, solo dejaron rastros.

“L’Anse aux Meadows, Canadá: el lugar donde América ya había sido pisada”.

“El mapa que confirmó la saga”
Los mapas imposibles: cuando el mundo ya estaba dibujado
Antes de que Colón zarpara, ya existían mapas del mundo que no encajaban con su época.
Cartas náuticas donde aparecen islas inexistentes —o demasiado reales para no haber sido vistas—, costas delineadas con precisión milimétrica y notas que hablaban de mares “sin fin” o “tierras del ocaso”.
En ellos hay un mensaje sutil, casi provocador:
“El planeta era redondo mucho antes de que lo descubriera la Reina Isabel.”
El mito escolar de que todos pensaban que la Tierra era plana se derrumba frente a la evidencia de los cartógrafos medievales.
El problema no era la forma del mundo, sino quién tenía derecho a dibujarlo.
🧭 El sabio árabe que ya lo sabía todo
Muhammad al-Idrisi, en 1154, elaboró para el rey normando Roger II de Sicilia el mapa más avanzado de su tiempo: la Tabula Rogeriana.
En él aparecen África, Asia y Europa con una precisión que Europa tardaría siglos en igualar.
Al-Idrisi afirmaba que el mar “rodea la Tierra entera”, y que “al occidente existen tierras aún no descritas”.
Su conocimiento venía de fuentes árabes, africanas y posiblemente fenicias.
No mostró América, pero sí mostró que el mundo era un sistema cerrado, navegable y redondo.
“Mientras Europa rezaba, los árabes ya hacían cartografía.”

“Al-Idrisi: el mundo era redondo… en árabe.”
🗺️ El Atlas Catalán (1375): el mapa mediterráneo que miraba al Atlántico
Dos siglos antes de Colón, los cartógrafos judíos mallorquines —Cresques Abraham y su hijo Jehuda— dibujaron un mapa que unía Europa, África y Asia con rutas comerciales, nombres árabes y reyes africanos.
Pero lo más inquietante aparece al oeste del océano: las islas Antillia, Brasil y Salvaje, perfectamente trazadas. No mitos: precursores del Caribe.
Los mallorquines comerciaban con navegantes portugueses, y esos navegantes ya se aventuraban más allá de las Azores.
El Atlas Catalán fue, en realidad, el primer mapa “atlántico” de Europa.

“Dos siglos antes de Colón, el Atlántico ya tenía nombre.”
🧭 Fra Mauro (1459): el monje que giró el mundo
Casi 30 años antes del viaje de Colón, el veneciano Fra Mauro dibujó un mapa circular que revolucionó la geografía.
Colocó el sur arriba y el norte abajo, una herejía visual en tiempos de dogma.
En una esquina escribió que los navegantes “han rodeado el continente africano y descubierto un gran mar que circunda el mundo entero”.
Es decir: sabían que el océano Atlántico y el Índico estaban conectados.
El planeta ya no tenía orillas.

“Fra Mauro: el mundo no terminaba, giraba.”
🧭 Cantino (1502): el mapa que no debería existir
El Planisferio de Cantino, elaborado en secreto y contrabandeado desde Lisboa, fue el primer mapa europeo en mostrar la costa completa de Sudamérica.
Y aquí está lo imposible:
ese mapa usa información previa a los viajes oficiales portugueses, porque en 1502 todavía no se habían cartografiado esas regiones.
Es decir, los portugueses ya sabían.
Solo que no lo decían.
Cantino revela algo esencial: la “era de los descubrimientos” fue una era de espionaje cartográfico.
Los mapas eran documentos de Estado, ocultos bajo pena de muerte.
El viaje de Colón, entonces, no fue descubrimiento, sino develación controlada.

“Cantino: el mapa que traicionó a Portugal.”
De al-Idrisi a Cantino, los mapas muestran una línea evolutiva imposible de ignorar.
En todos hay una constante:
el conocimiento del mundo no empezó con Colón, solo cambió de propietario.
Europa necesitaba creer que el planeta comenzó cuando ella lo firmó.
Pero los mapas —esas huellas del pensamiento humano— cuentan otra historia.
“El mundo ya estaba dibujado; lo que faltaba era el permiso para mirarlo.”
África y el Atlántico: las rutas del silencio
En la escuela nos contaron que África fue “descubierta” por navegantes portugueses en el siglo XV.
Pero lo que nunca dijeron es que África ya había salido de África mucho antes.
Los grandes imperios del Sahel —Ghana, Mali y Songhai— no eran tribales ni primitivos:
eran potencias marítimas y comerciales, con flotas capaces de cruzar mares y de financiar expediciones comparables a las de Europa.
Y uno de sus reyes, Abubakari II de Mali, se negó a morir sin saber qué había al otro lado del océano.
⚓ El emperador que zarpó hacia lo desconocido
Según el cronista árabe Al-Umari, hacia 1311 Abubakari II reunió 2,000 barcos y partió desde la desembocadura del Níger hacia el occidente.
Solo una nave regresó.
Cuando el capitán relató que el resto fue “tragado por el mar”, el emperador no se conformó:
entregó el trono a su hermano y salió él mismo en una segunda expedición.
Nunca volvió.
Ese registro no es mito oral, es documento islámico contemporáneo, conservado en el Cairo.
Describe, con precisión, el proyecto de un imperio que buscaba expandir su conocimiento más allá del horizonte.
🗺️ Las corrientes que llevan a América
El viaje no era imposible:
las corrientes oceánicas de Canarias y Guinea fluyen directamente hacia el Caribe y Brasil.
Incluso Colón las usó.
Quien zarpara desde Senegal o Cabo Verde llegaría al continente americano en menos de dos meses.
Los vientos alisios eran los mismos; solo cambiaba la bandera.
Por eso la historia europea tuvo que negar esta posibilidad: admitirla habría significado reconocer que África llegó primero.

“Las rutas del silencio: los vientos que unen Mali con América.”
🪶 Huellas menores, pero persistentes
No hay templos, ni monedas, ni colonias.
Pero sí hay rastros dispersos:
- Análisis genéticos que detectan linajes africanos precolombinos en poblaciones del Caribe y Brasil.
- Objetos de cobre del estilo africano encontrados en tumbas prehispánicas del norte de Sudamérica.
- Palabras y ritmos musicales en la cuenca del Amazonas que se parecen sospechosamente a estructuras lingüísticas mandingas.
No prueban colonización, pero sí contacto e intercambio.
Y a veces, una sola coincidencia cultural vale más que un registro oficial.

“Abubakari II: el rey que cruzó el océano antes de Colón.”
⚓ El olvido planificado
Cuando Colón llegó al Caribe, sabía de esas rutas.
Había vivido en Portugal y escuchado relatos sobre “islas occidentales visitadas por navegantes moros”.
Incluso en su diario se refiere al “mar de Guinea” con una familiaridad sospechosa.
Pero el relato español necesitaba un héroe cristiano.
El pasado africano tenía que ser eliminado, igual que el árabe o el asiático.
Así, el océano Atlántico pasó de ser un corredor compartido a una muralla simbólica.
“El descubrimiento de América no fue un hallazgo, fue una exclusión: el acto de olvidar quién ya había cruzado.”
El viaje de Abubakari II es una de las historias más silenciadas del planeta.
No porque falte evidencia, sino porque sobraba significado.
Si un rey africano pudo llegar a América un siglo antes de Colón, todo el sistema ideológico del “descubrimiento” se derrumba.
Y por eso lo borraron: no porque fuera mentira, sino porque era demasiado verdad para el guion.
Asia y el Pacífico: el otro camino hacia América
Mientras Europa miraba al oeste buscando un atajo, Asia ya lo había encontrado por el este.
Los océanos no separaban mundos: eran autopistas líquidas que los pueblos sabían leer mejor que los mapas.
El Pacífico, ese mar que hoy nos parece infinito, fue durante siglos un corredor cultural, una red de islas, rutas de estrellas y memorias compartidas.
🌺 Las gallinas que cruzaron el mar
A veces la historia se prueba con ADN, no con epopeyas.
En 2007, un estudio genético confirmó que gallinas polinesias —cruzadas por navegantes desde Oceanía— ya vivían en la costa de Chile antes de Colón.
Los huesos, hallados en el sitio de El Arenal, en Arauco, fueron datados entre 1300 y 1400 d.C., y sus secuencias genéticas coincidían con las de las islas Tonga y Samoa.
👉 No hay manera de explicarlo por contacto posterior: esas aves viajaron antes de que ningún europeo pisara el Pacífico.
“Antes de las carabelas, hubo canoas con gallinas.”


“Gallinas del otro lado: la ruta polinesia hacia América.”
🍠 La batata que unió continentes
El viaje también fue vegetal.
La batata (Ipomoea batatas), originaria de Sudamérica, aparece en registros arqueológicos y lingüísticos en Polinesia siglos antes del contacto europeo.
Las lenguas austronesias la llamaban kumara, casi igual que el kumal o camote andino.
Y su ADN confirma que la planta cruzó el Pacífico… pero hacia el oeste, llevada por manos humanas.
El comercio transpacífico existía, aunque nadie lo llamara así.

“Una palabra, una planta, un océano compartido.”
🧭 Los mapas chinos y la tierra de Fusang
En los anales chinos del siglo V d.C. se menciona un territorio llamado Fusang, situado “a veinte mil li al este del imperio.”
Según las crónicas, era un país boscoso habitado por pueblos civilizados que conocían el metal y la escritura.
Los mapas Ming y el famoso —y discutido— mapa de 1418 retoman esa idea: una masa continental más allá del océano.
Aunque su autenticidad sigue debatida, su existencia revela algo indiscutible:
la imaginación geográfica china ya incluía América, aunque no la llamara así.
Y si los árabes trazaban el Atlántico, los chinos medían el Pacífico.

“El mapa prohibido: cuando China ya miraba hacia el otro lado.”
⛵ Los navegantes del dragón
Entre 1405 y 1433, el almirante Zheng He dirigió la flota más grande de la historia preindustrial: más de 300 barcos, algunos de 120 metros de largo, con miles de tripulantes.
Sus viajes llegaron a África oriental, pero algunos registros —y el propio mapa de Piri Reis— sugieren que sus exploradores cruzaron el Pacífico y trazaron costas americanas.
Incluso si nunca tocaron América, su cartografía demuestra una verdad incómoda:
el mundo ya estaba medido y registrado antes de 1492.

“Zheng He: el dragón que casi toca el Nuevo Mundo.”
Por el oeste llegaron los africanos y los árabes;
por el norte, los vikingos;
por el este, los polinesios y tal vez los chinos.
En todos los casos, la geografía humana ya había cerrado el círculo.
El planeta era un tablero compartido, y América no era el final del mundo: era el punto medio donde todas las rutas se tocaban.
“El Pacífico y el Atlántico no separaban mundos.
Eran las dos orillas del mismo mapa.”
El rompecabezas Colón: el hombre que llegó último y firmó primero
Cristóbal Colón es, probablemente, el personaje más rentable de la historia.
Nadie hizo tanto con tan poca evidencia personal.
Sabemos más sobre las carabelas que sobre el hombre que las comandó.
Su biografía es un rompecabezas hecho a propósito:
- nació en Génova, pero no hay actas confiables;
- firmaba como “XpoFERENS” (portador de Cristo), pero nadie más usaba ese título;
- y en los archivos españoles aparecen versiones diferentes de su nombre, su acento y hasta su aspecto.
Algunos lo describen rubio, otros moreno; unos genovés, otros portugués, mallorquín, gallego o converso judío.
“Colón es el único descubridor que nunca termina de aparecer.”
🧩 El hombre que sabía demasiado
En sus diarios, Colón escribió frases que no deberían existir en boca de un explorador “a ciegas”:
- “Conozco la ruta, pues me fue mostrada por mapas antiguos.”
- “El mundo es redondo y de corta distancia entre las Indias y las islas del mar Océano.”
¿De dónde provenía esa certeza?
Había vivido en Portugal, cuna de los portulanos secretos, los mapas clasificados que mostraban tierras desconocidas.
Portugal guardaba su información geográfica como un secreto de Estado: divulgarla era traición castigada con la muerte.
Colón sabía.
No inventó la ruta: la oficializó.

“¿Quién fue Cristóbal Colón?”
🗺️ Las cartas que contradicen al mito
El diario original de su primer viaje desapareció. Lo que tenemos es una copia hecha por fray Bartolomé de las Casas décadas después, llena de añadidos y moralizaciones.
En versiones anteriores —como las cartas a Santángel y a los Reyes Católicos—, Colón se contradice:
habla de haber visto “mapas antiguos de islas occidentales” y de “tierras ya conocidas por otros navegantes”.
Esas frases fueron suavizadas o eliminadas en ediciones posteriores. El mito necesitaba a un héroe visionario, no a un marino informado.
En pocas palabras: Colón fue una firma, no una brújula.

“Cartas editadas, héroe editado.”
⚓ El agente del guion
Más que descubridor, Colón fue un operador político:
- Vendió una idea conocida como si fuera revelación.
- Usó la devoción cristiana como disfraz comercial.
- Y ofreció a los Reyes Católicos una narrativa perfecta:
la de un mundo nuevo otorgado por Dios al imperio español justo cuando expulsaban a los judíos y conquistaban Granada.
La fecha lo dice todo: 1492 no solo fue el año del “descubrimiento”, fue el año del bautismo imperial de España.
Colón no descubrió América; España descubrió en él el símbolo que necesitaba.
“Era más útil que existiera un descubridor, que admitir que América ya estaba descubierta.”

“1492: el año en que España se inventó a sí misma.”
Cristóbal Colón fue un producto de su tiempo: un hombre entre secretos portugueses, mapas árabes y ambiciones imperiales.
El problema no es si llegó o no llegó: es que su llegada fue la excusa para reescribir todo lo anterior.
Así, el “descubrimiento” de América se convierte en el acto más sofisticado de edición histórica: una mezcla de censura, mito religioso y propaganda geográfica.
“Colón no descubrió el mundo.
Descubrió cómo quedarse con los créditos.”
El contacto permanente: el mundo nunca estuvo separado
La historia oficial nos vendió un planeta de compartimentos estancos:
Europa aquí, Asia allá, África al sur y América en la nada.
Pero los océanos, lejos de ser muros, eran los caminos de una humanidad que nunca dejó de tocarse.
Los pueblos antiguos no necesitaban brújulas satelitales ni astrolabios europeos.
Tenían corrientes, estrellas, intuición, plantas, pájaros, palabras, y la obstinación de cruzar el horizonte.
El “descubrimiento” solo puso sello y fecha a algo que la naturaleza había unido desde siempre.
“El aislamiento es una invención colonial. El contacto, una condición humana.”
🌍 Pruebas dispersas, coherencia total
- Los vikingos dejaron hierro en América.
- Los africanos navegaron con las mismas corrientes que usó Colón.
- Los polinesios llevaron gallinas a Chile y trajeron batatas a Oceanía.
- Los árabes y chinos dibujaron el mundo entero sin haberlo conquistado.
Cada civilización guardó una pieza distinta del mismo mapa.
Y cuando Europa llegó, lo único que hizo fue reunirlas bajo su nombre.
🧭 La mentira útil del “Nuevo Mundo”
Decir que América era “nueva” fue un acto de propaganda.
Lo “nuevo” no era el continente: lo nuevo era el derecho de Europa a poseerlo.
Nombrarlo fue un gesto de apropiación semántica, una forma de borrar todas las rutas anteriores.
La palabra descubrimiento sugiere una luz sobre lo oscuro, cuando en realidad fue una sombra sobre lo que ya brillaba.
⚓ El hilo que nunca se cortó
La evidencia biológica, genética y cultural confirma que hubo tránsito humano constante entre continentes.
No continuo ni masivo, pero sí repetido a lo largo de los siglos.
El mito del aislamiento sirvió para justificar la colonización: si América estaba “sola”, entonces Europa podía llegar como salvadora.
Pero lo cierto es que el planeta nunca dejó de hablarse.
Solo cambiaron los traductores.
“Antes del primer puerto europeo, ya había viento en las velas de otro mundo.”

“No se encontraron. Se reconocieron.”
Si juntamos todas las piezas —las sagas, los mapas, los huesos, las plantas, las rutas y las sombras de los archivos—, el resultado es claro:
América no fue descubierta.
Fue rebautizada, reeditada y resignificada para servir al nacimiento de un imperio.
El verdadero descubrimiento fue otro: el del poder de la historia para hacer olvidar.
“El descubrimiento que ya había ocurrido no fue geográfico, sino político:
el momento en que una civilización decidió empezar la historia por sí misma.”
El descubrimiento que ya había ocurrido
Durante siglos, la historia nos enseñó que el mundo empezó cuando alguien lo dibujó.
Que la humanidad se dividía entre los que tenían mapas y los que apenas existían.
Y que un navegante genovés, en un gesto de fe y locura, cambió para siempre el destino del planeta.
Pero la verdad es más simple y más profunda:
América no fue descubierta.
Fue nombrada, editada, traducida a conveniencia.
Cada mapa anterior a 1492, cada vestigio vikingo, cada corriente africana o gallina polinesia nos recuerda que el planeta ya era un solo cuerpo.
Que el mar no separaba, sino que unía.
Y que la historia del descubrimiento fue, en realidad, la historia de la desconexión planificada: la decisión de Europa de contarse a sí misma como principio del mundo.
“1492 no fue el año en que el mundo se encontró; fue el año en que el poder decidió dónde empezaba la memoria.”
Los vikingos, los árabes, los africanos, los chinos, los polinesios —cada uno a su modo— habían tocado América antes.
Pero ninguno escribió la historia.
El mérito de Colón no fue llegar primero, sino firmar el acta de propiedad.
América, el continente más antiguo disfrazado de recién nacido, no necesitaba ser descubierta:
solo necesitaba ser reconocida.
Y si algo nos enseña mirar los mapas que sobrevivieron, los restos que hablaron y las crónicas que callaron, es que el descubrimiento fue —como todo mito— una operación de edición, no de navegación.
“Hubo muchos caminos hacia América,
pero solo uno fue publicado.”
Fuentes de Información
🧭 1. Vikingos – L’Anse aux Meadows (Terranova, Canadá)
- Ingstad, Helge & Anne Stine. The Viking Discovery of America: The Excavation of a Norse Settlement in L’Anse aux Meadows, Newfoundland. 1985.
- Wallace, Birgitta Linderoth. Westward Vikings: The Saga of L’Anse aux Meadows. Historic Sites Association of Newfoundland, 2006.
- National Museum of Denmark. The Norse in North America (archaeological summaries y dataciones C14).
⚓ 2. África – Expedición de Abubakari II (Imperio de Mali, siglo XIV)
- Al-Umari, Shihab al-Din. Masalik al-Absar fi Mamalik al-Amsar (s. XIV) — crónica árabe que menciona la expedición del emperador de Mali.
- Ivan Van Sertima. They Came Before Columbus: The African Presence in Ancient America. Random House, 1976.
- UNESCO, General History of Africa, Vol. IV: Africa from the Twelfth to the Sixteenth Century (capítulo sobre Mali y rutas atlánticas).
🌺 3. Polinesios – Contacto transpacífico
- Storey, Alice A. et al. “Radiocarbon and DNA evidence for a pre-Columbian introduction of Polynesian chickens to Chile.” PNAS 104 (25): 10335–10339, 2007.
- Roullier, Caroline et al. “Disentangling the origins of sweet potato (Ipomoea batatas) in Polynesia.” PNAS, 110(6): 2205–2210, 2013.
- Kirch, Patrick Vinton. On the Road of the Winds: An Archaeological History of the Pacific Islands before European Contact. University of California Press, 2000.
🗺️ 4. Mapas antiguos y cartografía previa a Colón
- Al-Idrisi. Tabula Rogeriana (1154). Biblioteca Nacional de Francia, ms. Arabe 2221.
- Atlas Catalán (Cresques Abraham, 1375). Bibliothèque Nationale de France.
- Mappa Mundi de Fra Mauro (1459). Biblioteca Marciana, Venecia.
- Planisferio de Cantino (1502). Biblioteca Estense, Módena.
- Soucek, Svat. Piri Reis and Turkish Mapmaking after Columbus. British Library, 1996.
🧭 5. China y Asia – Fusang y los mapas Ming
- Mair, Victor H. “Fusang: The Legendary Country to the East.” Sino-Platonic Papers, No. 178, 2007.
- Needham, Joseph. Science and Civilisation in China, Vol. 4, Part 3: Civil Engineering and Nautics. Cambridge University Press, 1971.
- Gavin Menzies. 1421: The Year China Discovered America. HarperCollins, 2002 (controvertida, pero influyente).
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Historia
Tratados de Bucareli: El mito que culpó a Estados Unidos de nuestra mediocridad
Publicado
hace 3 mesesel
28 de julio de 2025Por
ANWO
El mito que se niega a morir
Hay mitos que desaparecen con el tiempo, cuando la realidad los desmiente. Pero hay otros que se aferran como una garrapata a la conciencia colectiva. El de los “Tratados de Bucareli” es de los segundos. Lleva un siglo circulando, mutando, adaptándose a los nuevos medios, a los nuevos discursos, y lo más grave: justificando nuestra propia mediocridad.
La versión es más o menos conocida: en 1923, el gobierno mexicano firmó un tratado secreto con Estados Unidos en el que se comprometía a no desarrollar tecnología propia, a cambio de que Washington lo reconociera diplomáticamente. Esa prohibición, según el mito, se mantuvo en vigor durante 100 años, hasta 2023. Desde entonces —dicen— México al fin es libre de convertirse en potencia… si quiere.
La historia es perfecta: tiene traición, conspiración, potencia extranjera, sometimiento, y una redención futura. Es una fábula de ciencia ficción con toques de melodrama nacionalista. Y como toda buena mentira, está construida sobre una base de verdades a medias, documentos inexistentes y muchas ganas de culpar a alguien más.
Y no importa cuántas veces se desmienta. No importa que no exista tal tratado, ni que nunca se haya probado su existencia en ningún archivo mexicano ni estadounidense. El mito sobrevive. Porque conviene. Porque explica el fracaso sin que nadie tenga que asumir la culpa.
En tiempos donde la historia se resume en TikToks y se repite en videos virales sin fuentes, los “Tratados de Bucareli” gozan de excelente salud. Se les cita como si fueran documento histórico, se les vincula con el rezago científico nacional, e incluso se les culpa del subdesarrollo mental del país, como si México hubiera sido una potencia en potencia, abortada por orden de Washington.
No fue así. Pero para muchos, es más cómodo creerlo.
Qué dice el mito de los Tratados de Bucareli
El mito es claro, detallado y bien armado. Como toda buena historia que se niega a morir, ha sido perfeccionada con el tiempo para sonar verosímil. Según esta versión, en 1923 el presidente Álvaro Obregón, desesperado por el reconocimiento de Estados Unidos tras la Revolución, entregó el futuro de México en una mesa de negociaciones en la calle de Bucareli, Ciudad de México.
La “entrega” no fue simbólica, según los creyentes: fue literal y firmada.
En este supuesto tratado secreto —que nadie ha visto, pero todos citan— México se comprometió a no desarrollar tecnología de ningún tipo. Nada de armamento, nada de industria pesada, nada de aeronáutica, nada de innovación científica. Seríamos, por decreto extranjero, una nación condenada al subdesarrollo técnico e intelectual, subordinada a los avances del Norte.
El mito incluye una cláusula aún más cinematográfica: el acuerdo tendría vigencia de 100 años. De 1923 a 2023. Y justo ahora, al cumplirse ese siglo maldito, México estaría finalmente libre para despegar, iniciar su era de oro y convertirse en la potencia que “pudo haber sido” si no lo hubieran encadenado.
¿Pruebas? Ninguna.
¿Documentos firmados? Tampoco.
¿Referencias académicas, archivos diplomáticos, copias del supuesto tratado? Cero.
Pero en redes sociales se repite con tal convicción que parece verdad revelada. Y como no hay mejor testimonio que un video de TikTok con música épica de fondo, el mito se ha convertido en una verdad incuestionable para millones.
La historia es redonda: el culpable es claro (Estados Unidos), el traidor tiene nombre (Obregón), el motivo es obvio (intereses imperiales), y la explicación al rezago mexicano se sirve en bandeja. No hay que mirar hacia dentro. No hay que incomodarse con preguntas sobre corrupción, abandono educativo o desmantelamiento institucional. Basta con decir “nos prohibieron crecer” y dormir tranquilo.
Lo irónico es que el mito no sólo distorsiona el pasado: también justifica el presente. Cada obra del gobierno, cada tren, cada satélite, cada intento de industrialización reciente es interpretado como una señal de que “por fin somos libres”.
Libre de qué, no se sabe.
Pero suena bien.
La supuesta vigencia: ¿100 años de oscuridad tecnológica?
Todo buen mito necesita una fecha simbólica, una especie de “apocalipsis” o “liberación” que marque el fin de la tragedia. El de los Tratados de Bucareli no es la excepción.
Según la narrativa conspirativa, el acuerdo firmado por Obregón no solo fue secreto y humillante, sino también temporizado con precisión quirúrgica: tendría una vigencia de 100 años exactos, de 1923 a 2023. Un siglo completo de obediencia tecnológica y sumisión industrial. Y después… la libertad.
La versión más difundida asegura que al cumplirse ese siglo, México sería legal y mágicamente liberado de las cadenas que le impedían fabricar aviones, diseñar armas, lanzar satélites o inventar cosas por sí mismo. Una especie de “cláusula de Cenicienta”, pero al revés: después de 100 años de zapato roto, ahora sí vendrían los cohetes, los drones, los cerebros de regreso y el milagro industrial.
Lo sorprendente no es que esta fantasía exista, sino que haya sido tomada en serio por tantos. En 2023, abundaron los videos que aseguraban que ahora sí México podía convertirse en potencia. Algunos incluso afirmaban que por eso el gobierno estaba construyendo trenes, fábricas, refinerías, bancos y hasta cohetes: porque “ya se acabó el tratado”.
Y como suele pasar con los mitos, nadie pregunta por el papel firmado, ni por el artículo, ni por el archivo, ni siquiera por una simple copia filtrada. Solo basta con repetirlo muchas veces y compartirlo con suficiente música épica de fondo para que parezca verdad. La historia suena lógica para quien desconoce la historia, y resulta incluso emocionante: un pueblo oprimido que, por fin, puede levantarse.
La realidad, como siempre, es menos glamorosa.
En 2023 no venció ningún tratado porque nunca existió.
No se liberó ninguna patente, no se desclasificó ningún documento, no se destrabó ningún motor oculto. México siguió igual que en 2022. La única diferencia fue que el mito se viralizó aún más.
¿Por qué se cree este mito?
El mito de los Tratados de Bucareli persiste porque ofrece algo que en México es casi un producto de consumo masivo: una explicación rápida, simple y emocional a problemas complejos. Es mucho más fácil creer que “nos prohibieron crecer” que aceptar que fuimos nosotros mismos —con gobiernos corruptos, instituciones débiles y empresarios conformistas— los que nos detuvimos.
Razón 1: el mito nos hace víctimas, no culpables.
Decir que Estados Unidos nos condenó al atraso tecnológico nos exonera como país. Nos permite mirar el pasado con una mezcla de indignación y orgullo herido: “No somos mediocres, nos hicieron mediocres”. Es la narrativa perfecta para evitar la autocrítica.
Razón 2: el mito suena lógico para quien desconoce la historia.
México sí vivió un rezago tecnológico durante gran parte del siglo XX, y eso hace que la teoría encaje como pieza en un rompecabezas. Nadie se pregunta si ese retraso se debió más a corrupción, burocracia, fuga de cerebros o falta de inversión, porque el mito ya ofrece una respuesta lista para consumir.
Razón 3: el mito es emocionalmente satisfactorio.
Nos da un enemigo claro: Estados Unidos. Es mucho más fácil culpar al imperio del norte que aceptar que nuestros propios líderes vendieron empresas estratégicas, cancelaron proyectos científicos y apostaron por un modelo económico basado en maquilar para otros.
Razón 4: el mito se viraliza porque suena épico.
Las redes sociales han convertido esta historia en una “verdad” con producción audiovisual: música dramática, imágenes de fábricas abandonadas y frases como “El tratado ya terminó… y ahora México renacerá”. No importa que no haya pruebas; importa que se escuche como una épica nacional.
Razón 5: el mito es cómodo.
A nadie le gusta aceptar que los países no se desarrollan por decreto ni por magia, sino por políticas de Estado, inversión a largo plazo, educación de calidad y cultura científica. Es más cómodo creer en una teoría conspirativa que admitir que la mediocridad nacional se debe a decisiones internas.
¿Qué sí ocurrió en Bucareli? Las verdaderas negociaciones de Obregón
Ahora que ya desmontamos el mito, toca mirar los hechos. Porque sí: en Bucareli ocurrió algo. No fue un tratado secreto ni una cláusula de sumisión tecnológica, pero sí se tomaron decisiones que marcaron el rumbo del país. Solo que, como suele pasar, la traición no vino del extranjero… sino desde dentro.
Contexto: Obregón necesitaba legitimidad
Corría 1923. México salía de una década de revolución, asesinatos, luchas entre caudillos, y una Constitución (la de 1917) que había puesto nerviosos a los inversionistas extranjeros, especialmente por su famoso Artículo 27, que declaraba que el subsuelo —y por tanto el petróleo— pertenecía a la nación.
Estados Unidos, pragmático como siempre, no quería reconocer oficialmente al gobierno de Obregón hasta tener garantía de que sus intereses económicos estarían a salvo. ¿Cuáles intereses? Principalmente los de las empresas petroleras estadounidenses y británicas, que habían operado sin restricciones bajo Porfirio Díaz.
Las reuniones en Bucareli: nada secreto, pero sí vergonzoso
En lugar de resistir, Obregón negoció. En 1923 se realizaron conversaciones entre representantes mexicanos y estadounidenses en la calle Bucareli en la Ciudad de México. No hubo un “Tratado de Bucareli” formalmente firmado ni ratificado por el Congreso. Lo que hubo fue un acuerdo oficioso, un intercambio político disfrazado de diplomacia.
¿El contenido real?
México se comprometía a no aplicar retroactivamente el artículo 27 constitucional.
Es decir, las empresas extranjeras conservarían sus concesiones petroleras intactas, como si la Constitución no existiera.
A cambio, Estados Unidos reconocería al gobierno de Obregón como legítimo y comenzaría relaciones diplomáticas normales.
¿Dónde quedó la tecnología? En ninguna parte.
En ningún documento de esas conversaciones aparece la palabra “tecnología”, ni se menciona restricción alguna al desarrollo científico, educativo o industrial de México. La preocupación era clara: el petróleo.
Las únicas prohibiciones fueron de tipo político y económico, y las impuso México a sí mismo, al ceder frente a la presión diplomática y empresarial de Washington.
Lo trágico no fue un tratado fantasma.
Lo trágico fue que México, desde entonces, aprendió a negociar el interés nacional a cambio de legitimidad política personal. Bucareli no fue el inicio de un bloqueo tecnológico. Fue una muestra temprana del entreguismo que seguiría repitiéndose durante el siglo XX.
México sí desarrolló tecnología: lo que vino después
Si el mito fuera cierto, México habría pasado cien años en la oscuridad técnica, condenado a importar todo lo que tuviera un tornillo o un chip. Pero no fue así. La historia real, aunque menos dramática, es mucho más interesante: México sí desarrolló tecnología, y en algunos casos con resultados sorprendentes.
Lo que ocurrió después no fue prohibición, sino abandono.
Industria aeronáutica nacional
En los años 40 y 50, el país diseñó y fabricó sus propios aviones militares, como el TNCA Azcárate o el Tonatiuh, en talleres nacionales bajo control del Estado. En plena posguerra, se entrenaban ingenieros mexicanos en diseño de aeronaves, y se soñaba con una industria propia.
¿Un país supuestamente prohibido de hacer tecnología militar? Ahí está el primer hueco en el mito.
Satélites mexicanos
En los 80, México lanzó los satélites Morelos I y II, diseñados con apoyo internacional pero operados por personal nacional. Se creó una infraestructura propia de telecomunicaciones espaciales, con estaciones de control y enlaces de datos. Un paso histórico en soberanía tecnológica que no pudo haber ocurrido si existiera alguna restricción “legal” firmada medio siglo antes.
Centro Nuclear de Salazar y Triga Mark III
México construyó un reactor nuclear de investigación, operado por la UNAM y la Comisión Federal de Electricidad, desde los años 60. Se entrenaron científicos, se hicieron experimentos, y se consolidó un sector nuclear pacífico con recursos nacionales.
CINVESTAV, IPN y UNAM: semilleros de innovación
Los años 60 a 80 fueron una época dorada para la ciencia pública. Se fundaron institutos como el CINVESTAV, y universidades como el IPN y la UNAM alcanzaron niveles internacionales en áreas como:
- Medicina
- Energía
- Ingeniería mecánica y eléctrica
- Diseño de software y sistemas embebidos
Se desarrollaron patentes, prototipos, tecnología médica, farmacéutica y electrónica. Algunas incluso se exportaron o fueron aplicadas en programas de salud.
Industria farmacéutica nacional
Laboratorios mexicanos como Syntex, Psicofarma, Pisa o Rimsa desarrollaron fórmulas, genéricos y procesos propios. Durante décadas, México produjo más del 60% de sus medicamentos, sin depender de transnacionales.
Lo que estos casos demuestran es simple: no hubo un bloqueo legal ni una prohibición externa.
Hubo talento, capacidad, inversión pública e incluso visión de futuro.
México sí pudo… hasta que dejó de poder, pero no porque alguien se lo impidiera, sino porque alguien decidió dejar de invertir.
¿Entonces por qué se frenó el desarrollo tecnológico?
Sí, México sí desarrolló tecnología, sí formó científicos, sí construyó satélites, aviones y reactores… la pregunta inevitable es:
- ¿qué carajos pasó?
- ¿Por qué nos estancamos?
- ¿Por qué pasamos de tener centros nucleares a importar licuadoras?
La respuesta es tan obvia como dolorosa: porque así lo decidieron nuestros propios gobiernos, elites y modelos económicos. No fue una orden de Estados Unidos. Fue un pacto interno de mediocridad y rendición.
El modelo neoliberal lo barrió todo
A partir de los años 80, México entró de lleno en la fiebre del “Estado mínimo”. Se dejó de ver a la ciencia como inversión y se empezó a tratar como gasto. Se cerraron fábricas, se desmantelaron laboratorios y se redujo el presupuesto a universidades e institutos tecnológicos. El país dejó de apostar por el conocimiento y se convirtió en una maquila gigante con título universitario.
Privatización: la amputación industrial
Durante las décadas de los 80 y 90, empresas estatales con capacidad tecnológica fueron vendidas al mejor postor. Teléfonos de México, Ferrocarriles Nacionales, Altos Hornos, Mexicana de Aviación… todas ellas contenían divisiones de innovación. Al privatizarlas, el país perdió no sólo patrimonio, sino centros de desarrollo y miles de ingenieros formados.
El GATT y el TLCAN: bienvenida dependencia
La entrada al GATT (1986) y al TLCAN (1994) supuso abrir las puertas a productos extranjeros sin condiciones. Pero en lugar de competir, México abandonó su capacidad productiva y se volvió ensamblador.
¿Por qué invertir en desarrollar tecnología propia si puedes traer piezas de China y sólo atornillarlas?
Fuga de cerebros
La ciencia mexicana no murió: la expulsamos. Miles de investigadores y técnicos formados con dinero público se fueron a trabajar a laboratorios en Estados Unidos, Canadá, Europa y Asia. ¿La razón? Sueldos miserables, infraestructura obsoleta y un país sin visión.
Corrupción y simulación
Muchas veces se anunciaron “centros de innovación”, “clústers tecnológicos” o “parques científicos” que no eran más que edificios vacíos con cinta para cortar. Los recursos se desviaron, se licitaron entre amigos o se usaron como pretextos para justificar gastos inútiles.
México no sólo dejó de invertir en tecnología: empezó a fingir que lo hacía.
En resumen:
- No nos prohibieron desarrollarnos… nos dejamos atrofiar.
- No fuimos víctimas de un tratado, sino de una decisión colectiva de empobrecimiento estratégico.
Y lo más grave: muchas de esas decisiones se siguen tomando hoy.
¿Y qué pasó en 2023 cuando “expiró el tratado”?
Según el mito, 2023 era el año clave.
El reloj corría desde 1923, y al cumplirse los 100 años, como en un cuento de hadas invertido, México despertaría de su hechizo tecnológico. Por fin se acabaría el maleficio de Bucareli, y el país podría lanzarse al desarrollo sin cadenas ni restricciones.
Pero llegó el 2023…
Y no pasó absolutamente nada.
- No hubo liberación de archivos.
- No se abrió ningún tratado secreto.
- Ninguna potencia reconoció la existencia del acuerdo.
- El gobierno mexicano no celebró ninguna “liberación tecnológica” ni anunció que ahora sí podíamos fabricar lo que quisiéramos.
Y, sin embargo, en redes sociales, algunos influencers, tiktokeros e incluso ciertos comentaristas políticos insistieron en que “ya se nos acabó el castigo”, como si el país hubiera vivido en pausa por decreto de Obregón.
Se atribuyeron obras como el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, la creación de la Agencia Espacial Mexicana o la digitalización bancaria del Bienestar a la supuesta expiración del tratado. Como si todas esas decisiones fueran imposibles antes del 2023, y ahora —libres del yugo invisible— finalmente estuviéramos “despegando”.
La ironía es que nunca hizo falta la expiración de ningún tratado para hacer todo eso. México ha podido, ha tenido con qué, y ha decidido no hacerlo. No por culpa de Washington, sino por voluntad interna.
Así que no, el tratado no expiró.
Porque nunca existió.
Lo que sí venció en 2023 fue otra cosa:
nuestra paciencia con las excusas.
Conclusión: el mito que ocultó al verdadero culpable
- Los llamados “Tratados de Bucareli” no existen.
- No hay documentos, no hay firmas, no hay archivos.
- No hay tratado.
Lo que sí existe es una narrativa conveniente, repetida durante generaciones, que sirvió para no ver al verdadero responsable del estancamiento tecnológico de México: nosotros mismos.
El mito fue útil. Sirvió para trasladar la culpa hacia afuera, para inventar una imposición extranjera que explicara nuestra incapacidad. Sirvió para exonerar a los gobiernos corruptos, a los empresarios sin visión, a los académicos domesticados, a las élites vendepatrias. Sirvió para justificar cada excusa, cada recorte, cada privatización disfrazada de modernización.
Fue más cómodo creer que nos prohibieron desarrollarnos, que aceptar que decidimos dejar de hacerlo.
Y aún más cómodo fue repetir que “ya se acabó el tratado”, como si ahora sí pudiéramos lograr todo lo que nunca quisimos intentar. Como si el subdesarrollo fuera una condena impuesta y no una decisión voluntaria que se tomó año con año en cada presupuesto, en cada gabinete, en cada universidad sin fondos, en cada científico que se fue.
La verdad es más difícil, pero más útil:
“México no está donde está por culpa de Bucareli. Está donde está porque renunció a ser otra cosa”.
Y mientras sigamos creyendo en cuentos —aunque nos den identidad o consuelo— seguiremos exactamente igual.
Sin tratados… pero también sin rumbo.
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