Casi la mitad de los fiscales generales de EE.UU. han iniciado investigaciones sobre los presuntos vínculos entre los bancos estadounidenses y la “Alianza Net-Zero Banking” de las Naciones Unidas.
Las inversiones en las llamadas iniciativas «ambientales, sociales y de gobernanza» (ESG) siguen siendo un punto de discordia entre los dos partidos políticos, ya que los de izquierda las adoptan en nombre de la lucha contra el cambio climático o el calentamiento global.
Los de derecha se oponen a ESG, especialmente cuando están vinculados a la banca y las finanzas, porque impiden el crecimiento económico mientras impulsan agendas «verdes» como la eliminación de los combustibles fósiles.
Sabemos por el sitio web Net-Zero Banking Alliance de la ONU que los miembros del grupo controlan alrededor del 40 por ciento de los activos bancarios del mundo. Todos los miembros están «comprometidos a alinear sus carteras de préstamos e inversiones con cero emisiones netas para 2050».
“La Alianza Bancaria Net-Zero es un acuerdo mundial masivo de las principales instituciones bancarias, supervisado por la ONU, para matar de hambre a las empresas involucradas en actividades de crédito relacionadas con los combustibles fósiles en los mercados nacionales e internacionales”, agregó el Fiscal General de Missouri, Eric Schmitt, uno de los fiscales generales que iniciaron una investigación sobre el asunto en su estado.
¿Están los bancos ESG cometiendo traición a Estados Unidos?
En mayo, Net-Zero Banking Alliance emitió una declaración en la que afirmaba que, si bien «no apoya la financiación de la expansión de los combustibles fósiles», todavía «cree que la desinversión inmediata de las posiciones existentes en combustibles fósiles no necesariamente generará la economía real requerida ni la descarbonización que el mundo necesita”.
La respuesta de Schmitt a esto es que actualmente lidera una coalición para investigar los bancos que se considera que han cedido su autoridad a la ONU. El objetivo, dice, es evitar “el asesinato de empresas estadounidenses que no se suscriban a la agenda del despertar del clima”.
“Estos bancos son responsables de las leyes estadounidenses: no permitimos que los organismos internacionales establezcan los estándares para nuestros negocios”, agregó Schmitt en un comunicado.
Además de Missouri, los siguientes estados también participan en la investigación de los cárteles bancarios: Arizona, Arkansas, Indiana, Kansas, Kentucky, Louisiana, Mississippi, Montana, Nebraska, Oklahoma, Tennessee, Texas y Virginia.
Las investigaciones incluyen una demanda de los bancos para que describan su participación en cada «Iniciativa Climática Global» en la que participan, incluidas las fechas en que se unieron, las promesas y los compromisos realizados, junto con cualquier otro compromiso.
Schmitt y sus aliados también quieren saber qué acciones han realizado los bancos infractores con respecto a estas Iniciativas Climáticas Globales. Esto ayudará a determinar el alcance de la corrupción implícita en cada institución financiera.
En West Virginia, la oposición a los principios ESG es tan fuerte en el tesorero estatal Riley Moore que ahora está tratando de mover dinero estatal de instituciones financieras asociadas. Según los informes, otros tesoreros estatales están intentando lo mismo.
En un comunicado, Will Hild, director ejecutivo de Consumers’ Research, elogió el lanzamiento de estas nuevas investigaciones.
“Los estados están responsabilizando a los grandes bancos por violaciones obvias y por vender iniciativas climáticas altamente cuestionables bajo la etiqueta de ESG, todo parte de un esfuerzo coordinado para perjudicar la energía estadounidense a expensas de los consumidores estadounidenses”, dijo Hild.
Por otro lado, varios grupos ambientalistas están criticando a los bancos asociados con ESG por no ir lo suficientemente lejos con su extremismo ambiental y de justicia social.“Es hora de que la NZBA [Net-Zero Banking Alliance] deje en claro que los bancos que continúan financiando la expansión masiva de combustibles fósiles mientras hacen grandes pronunciamientos sobre los objetivos climáticos no son bienvenidos en la alianza”, dijo Adele Shraiman del Sierra Club, quien se sienta en la campaña Fossil-Free Finance de la organización en la Semana del Clima de Nueva York.
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Redacción Anwo.life
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El calentamiento global se transformó en el miedo universal del siglo XXI. No importa dónde vivas, qué idioma hables o a qué partido político sigas: la narrativa es la misma —“la Tierra está en peligro y tú eres el culpable”.
La estrategia psicológica
Este discurso no es nuevo: en la historia se ha usado el miedo al castigo divino, el miedo al comunismo, el miedo al terrorismo… Hoy, el miedo climático cumple la misma función. El ciudadano común se siente responsable de sequías, huracanes y derretimiento de glaciares, aunque en realidad su huella sea insignificante frente a la de corporaciones, ejércitos y grandes industrias. El truco consiste en internalizar la culpa: hacer que la gente piense que por usar popote o no reciclar está condenando al planeta entero.
Del miedo al consumo
Cuando el miedo ya está instalado, se ofrece la redención.
¿Sientes culpa por contaminar? Compra bolsas de tela.
¿Temes al plástico? Compra botellas “biodegradables”.
¿Quieres salvar al planeta? Paga más por un empaque eco-friendly.
Se crea así un mercado de la conciencia tranquila, donde los productos no se venden por lo que son, sino por el alivio moral que generan.
Impacto real vs. impacto comercial
El problema es que muchas de estas soluciones son más marketing que ecología:
Un popote de metal requiere tanta energía en su producción que necesita cientos de usos para compensar un popote de plástico.
Los plásticos “biodegradables” se degradan solo en plantas industriales, no en tiraderos comunes.
La ropa reciclada muchas veces es solo una mezcla mínima de fibras plásticas, pero se vende a precio premium.
En otras palabras: el planeta sigue ardiendo, pero el negocio crece. El miedo no se resuelve, se administra como un recurso renovable para mantener el consumo constante.
El caso del “popote”
En 2018, millones de personas alrededor del mundo se convencieron de que el popote de plástico era el gran enemigo del planeta. Campañas virales, fotos de tortugas con popotes en la nariz, videos desgarradores. El mensaje fue claro: si usas popote, destruyes la vida marina.
¿Resultado? Gobiernos prohibieron los popotes, restaurantes los retiraron y las marcas aprovecharon la ola para vender popotes metálicos, de bambú o de vidrio a precios mucho más altos.
El detalle: los popotes representan menos del 0.025% del plástico en los océanos. La mayor parte proviene de redes de pesca, transporte marítimo y basura industrial. Pero esos sectores no se tocan porque son negocios intocables.
En otras palabras, se trasladó la culpa al consumidor común y se creó un mercado millonario de popotes alternativos, mientras el problema real quedó intacto.
La moda “verde” corporativa
Algo similar ocurre con las grandes marcas de bebidas y comida rápida:
Las compañías de ropa producen “colecciones recicladas” que representan apenas un porcentaje mínimo de su producción total, pero sirven para construir imagen y subir precios.
Sacan botellas con 30% de plástico reciclado y las venden como revolución sustentable.
Lanzan ediciones limitadas “eco” que cuestan más, aunque la producción global siga siendo igual de contaminante.
El miedo climático funciona como un producto en sí mismo: se vende la idea de que el consumidor individual puede salvar al planeta con compras simbólicas, mientras los verdaderos responsables mantienen intactas sus prácticas.
Al final, lo que menos cambia es el planeta… lo que más crece son los márgenes de ganancia.
Los nuevos gigantes verdes
Si el miedo es el producto, los gigantes corporativos son los que monopolizan la venta de la salvación. En nombre del calentamiento global, las grandes empresas han encontrado la forma de presentarse como héroes del planeta, al tiempo que crean nuevos imperios económicos.
Autos eléctricos: la promesa de “cero emisiones”
El auto eléctrico es el símbolo máximo de la transición verde. Se vende como “cero emisiones”, pero detrás de esa imagen hay una realidad mucho menos limpia:
La extracción de litio, cobalto y níquel para baterías destruye ecosistemas completos y deja comunidades enteras sin agua.
La mayor parte de la electricidad que los recarga proviene todavía de carbón, gas o petróleo.
Las baterías usadas generan un nuevo problema de desechos tóxicos para el que aún no existe solución global.
Aun así, gobiernos de todo el mundo subsidian su compra, beneficiando principalmente a las grandes automotrices. No es salvar el planeta, es crear un nuevo mercado cautivo.
Créditos de carbono: contaminar pagando
Los llamados “créditos de carbono” son la genialidad del capitalismo verde: una empresa altamente contaminante puede seguir emitiendo CO₂ siempre que pague por proyectos compensatorios, como plantar árboles o financiar energías renovables en otro país. El resultado:
Empresas siguen contaminando igual.
Los gobiernos presumen reducciones en papel.
Se abre un mercado especulativo de bonos y certificados que se comercian como acciones en Wall Street.
En otras palabras, se convirtió en un negocio global donde contaminar es legal si pagas lo suficiente.
Energías renovables: sol y viento… con dueño
La transición energética es otra bandera verde. Paneles solares y aerogeneradores se presentan como la panacea, pero:
Los megaproyectos solares y eólicos requieren miles de hectáreas, muchas veces en tierras comunales o ejidales, donde las comunidades terminan desplazadas.
Los beneficios económicos se concentran en grandes corporaciones extranjeras, no en los habitantes locales.
La fabricación de paneles solares y turbinas también depende de materiales que contaminan en su extracción.
Así, el “futuro limpio” tiene dueño y factura miles de millones, aunque la justicia ambiental sea mínima.
Los gigantes verdes no están resolviendo el problema, lo están reconfigurando en un mercado global. Cada solución se convierte en un producto, cada producto en un negocio, y cada negocio en una oportunidad de control. El planeta arde, pero los nuevos titanes verdes no buscan apagar el fuego: buscan vendernos el extinguidor.
Fondos, subsidios e impuestos “verdes”
La industria del calentamiento global no solo se sostiene con productos de consumo masivo, sino con un andamiaje financiero y político que asegura flujos de dinero constantes. Es el negocio institucionalizado: gobiernos que subsidian, bancos que invierten y ciudadanos que pagan.
Fondos verdes: trillones en juego
El cambio climático abrió una de las mayores oportunidades de inversión del siglo XXI: los bonos climáticos y los fondos de inversión verdes.
Según la Climate Bonds Initiative, el mercado de bonos verdes supera ya los 2.5 billones de dólares a nivel global.
Empresas y gobiernos los emiten para financiar proyectos supuestamente sustentables, pero muchas veces los fondos acaban en megaproyectos polémicos (presas, parques eólicos, minería “verde”).
Al final, Wall Street y los bancos internacionales encuentran en el “planeta en peligro” un motor financiero estable y de largo plazo.
Subsidios estatales: el dinero público al rescate
Los gobiernos destinan miles de millones en subsidios y estímulos fiscales para las llamadas “tecnologías limpias”:
Compra de autos eléctricos.
Instalación de paneles solares.
Incentivos fiscales a corporaciones energéticas.
El problema: gran parte de estos beneficios no llegan al ciudadano común, sino a empresas que ya son gigantescas. Tesla, por ejemplo, construyó su imperio inicial gracias a subsidios estatales en EE. UU. y China. Lo que parece política ambiental es en realidad transferencia de riqueza pública hacia corporaciones privadas.
Impuestos verdes: la carga al consumidor
Bajo el argumento de “cuidar el planeta”, se han creado nuevas figuras fiscales:
Impuestos al carbono en combustibles y transporte.
Cobros extra por empaques no reciclables.
Tarifas ambientales en turismo y aviación.
En la práctica, estas medidas no modifican las prácticas de los grandes contaminadores, pero sí encarecen la vida cotidiana del ciudadano. El consumidor paga más por productos “eco” mientras las corporaciones continúan operando sin cambios estructurales.
Los fondos, subsidios e impuestos “verdes” son la columna vertebral de la industria del calentamiento global. Se presenta como política ambiental, pero es en realidad un sistema financiero paralelo que canaliza dinero público y privado hacia quienes han sabido monetizar el miedo climático. El planeta sigue esperando resultados; los balances contables, en cambio, no paran de crecer.
Lo que queda fuera del discurso
En cada cumbre internacional, en cada campaña oficial y en cada reportaje sobre el calentamiento global, hay grandes ausentes. Son sectores tan poderosos que se mantienen fuera del radar mediático y político, aunque sean responsables de una parte sustancial de las emisiones globales.
El transporte marítimo y aéreo: la excepción invisible
El transporte marítimo internacional mueve más del 80% del comercio mundial y es responsable de cerca del 3% de las emisiones globales de CO₂, lo mismo que un país entero como Alemania.
La aviación comercial, con millones de vuelos al año, representa casi otro 2.5% de las emisiones globales.
Sin embargo, en los acuerdos climáticos internacionales, estos sectores aparecen apenas con compromisos voluntarios, sin regulaciones estrictas ni impuestos proporcionales.
El mensaje es claro: puedes multar al ciudadano por usar bolsas de plástico, pero no tocas al buque carguero que trae 10 mil contenedores de China.
La industria militar: el intocable mayor contaminado
El ejército de EE. UU. es considerado el mayor consumidor institucional de petróleo en el mundo. Su gasto energético supera al de países enteros.
Aviones de combate, tanques, portaaviones y bases militares generan una huella de carbono monumental.
Aun así, la industria militar queda fuera de las negociaciones climáticas internacionales: no aparece en los compromisos de reducción de emisiones ni en los informes globales.
En otras palabras: se puede culpar al ciudadano por usar un auto viejo, pero los ejércitos pueden seguir contaminando sin que nadie los cuestione.
Las corporaciones que se “pintan de verde
Grandes compañías de petróleo, gas y minería lanzan campañas millonarias para mostrar su compromiso ambiental. Pero:
Siguen expandiendo proyectos de extracción.
Financian investigaciones y ONGs que suavizan su imagen.
Pagan bonos de carbono para legitimarse como “net zero” sin modificar su modelo de negocios.
Es un lavado verde de imagen: contaminan a gran escala mientras trasladan la culpa y el costo al consumidor común.
El discurso climático oficial está diseñado para señalar lo que conviene y silenciar lo que amenaza al negocio. Los sectores más poderosos —transporte global, industria militar y megacorporaciones— permanecen intocables.
La narrativa del calentamiento global no es solo ciencia: es también un guion político y económico donde los verdaderos responsables nunca aparecen en escena.
Salvar al planeta o salvar bolsillos
El calentamiento global existe y es un fenómeno real, pero su gestión se ha convertido en un negocio multimillonario disfrazado de salvación ambiental. La confusión intencional entre cambio climático (natural) y calentamiento global (atribuido al humano) ha permitido construir un guion político y económico que funciona con tres pasos muy claros:
Instalar el miedo: el mundo se va a acabar.
Culpabilizar al ciudadano: tu consumo, tus bolsas, tus popotes.
Ofrecer la redención: compra productos verdes, paga impuestos, acepta subsidios que terminan en manos corporativas.
El resultado es un sistema perfecto de transferencia de riqueza:
Gobiernos que recaudan nuevos impuestos ambientales.
Corporaciones que facturan con el sello “eco”.
Bancos que especulan con bonos climáticos.
Y ciudadanos que pagan más caro por todo mientras el planeta sigue en crisis.
La gran ironía es que lo único verdaderamente sustentable es el negocio mismo, no el futuro de la Tierra. El discurso ambiental se convierte en un escaparate de marketing donde lo verde no significa limpio, sino rentable.
“Calentamiento global S.A.” no es solo un juego de palabras: es la realidad. Una industria que lucra con el miedo, que convierte la culpa en dinero y que asegura que, aunque el planeta siga ardiendo, sus bolsillos nunca dejen de crecer.
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La reunión globalista COP27 de la ONU que tuvo lugar recientemente en Egipto vino con llamados abiertos para una eliminación global y una eventual prohibición de todos los combustibles fósiles. Si esto realmente sucediera, miles de millones de personas morirían.
Algo preocupante parece estar sucediendo con los suministros de agua del mundo, ya que los lagos y ríos aparentemente en todas partes se secan debido a la sequía, en algunos casos, pero por razones desconocidas en otros.
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