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El incremento del costo de vida y su relación con el Gran Reinicio
Aviones, trenes y automóviles. En este momento, los principales medios de comunicación hablan constantemente de estas tres cosas, junto con una crisis económica, la guerra en Ucrania y un supuesto brote de viruela del mono.
Los vuelos se cancelan a diestra y siniestra, arruinando las vacaciones planificadas para miles. Los trenes están a punto de detenerse en el Reino Unido gracias a una huelga ferroviaria nacional “espontánea”. Y la persona promedio puede permitirse el lujo de llegar al final de la explanada después de repostar gracias al costo en espiral del precio del combustible.
Si bien a primera vista, estas cosas pueden parecer eventos desafortunados que ocurren al azar, la verdad es que en realidad todos ocurren por diseño, y los informes oficiales del gobierno junto con los datos históricos lo prueban.
Los informes sugieren que todo tiene que ver con cumplir con los “objetivos de carbono cero”. Pero esa es otra farsa en sí misma, por lo que la verdadera razón tiene algo que ver con el avance de la cuarta revolución industrial, donde no serás dueño de nada y aparentemente estarás feliz por ello. Una agenda que, a Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico Mundial, le gusta llamar “El Gran Reinicio”.
Durante el feriado bancario del Jubileo, que coincidió con las vacaciones de mitad de período de muchas escuelas, se cancelaron 750 vuelos que salían del Reino Unido, según la firma de datos de aviación Cirium. Mientras tanto, se cancelaron alrededor de 466 vuelos de regreso.
Aunque las cancelaciones representaron un pequeño porcentaje del total de vuelos, a muchos pasajeros solo se les informó con poca antelación y se enfrentaron a largas colas para facturar el equipaje y pasar por seguridad.
Mientras tanto, los principales medios de comunicación están publicitando el hecho de que los trabajadores de British Airways están votando si se retiran por motivos salariales, mientras que las negociaciones salariales entre Ryanair y los sindicatos de tripulantes de cabina en Europa parecen haber llegado a un punto muerto.
Todo esto está aumentando la ansiedad de las personas sobre si estos problemas continuarán en la temporada de verano y está disuadiendo a las personas de viajar al extranjero.
Por ejemplo, Jess Baker, quien habló con BBC News, dice que se ha pospuesto para viajar al extranjero este verano después de un reciente viaje de 18 horas de «pesadilla» a casa desde Islandia.
A ella, a su esposo Shaun y a sus dos hijos se les canceló recientemente su vuelo de EasyJet a Luton.
Se les dio la opción de viajar a casa tres días después, pero necesitaban regresar antes, por lo que pagaron £ 1,000 para volar a Glasgow con Icelandair. Desembolsaron £ 340 adicionales para alquilar un automóvil para conducir hasta Luton para recoger su propio vehículo.
“Ha sido una auténtica pesadilla”, dice la Sra. Baker. “Rápidamente decidimos que iremos a acampar aquí. No vale la pena la molestia de nuevo.”
Muchos otros también piensan lo mismo, con Sykes Holiday Cottages informando un aumento del 22% en las reservas en las últimas dos semanas.
El director ejecutivo Graham Donoghue dice que se debe “al menos en parte a los informes generalizados sobre la interrupción de los viajes al extranjero. Los viajeros simplemente no quieren tener que enfrentarse a los aeropuertos y correr el riesgo de que sus vacaciones familiares se cancelen”.
De acuerdo con las noticias de la BBC:
“La escasez de personal por los recortes de empleos realizados en el punto álgido de la pandemia ha estado provocando cancelaciones y retrasos”.
Si bien esto puede ser parcialmente cierto, no tiene en cuenta el panorama general de lo que realmente está sucediendo aquí. Pero para entender esa imagen necesitamos mirar lo que está pasando en otros lugares con trenes y autos.
Más de 40,000 miembros de RMT Union de Network Rail y 13 operadores de trenes se retirarán después de que fracasaron las conversaciones sobre salarios y despidos. Las huelgas se realizarán entre el 21 y el 25 de junio.
El Festival de Glastonbury es uno de varios eventos afectados por una posible interrupción de los viajes, junto con un partido de prueba de cricket entre Inglaterra y Nueva Zelanda en Leeds.
Este es otro ejemplo más que promoverá la ansiedad entre el público acerca de si vale la pena viajar por el Reino Unido. Al menos en tren de todos modos, pero el precio artificial del combustible en este momento significa que la mayoría de los conductores necesitarán sacar una hipoteca para viajar a cualquier lugar en automóvil.
En el Reino Unido, el costo de llenar un automóvil familiar promedio con gasolina superó recientemente las 100 libras esterlinas. Se le dice al público que esto está siendo impulsado por la guerra en Ucrania y los movimientos para reducir la dependencia de Europa del petróleo ruso. Pero si esto fuera cierto, ¿cómo explicas esto?
A partir de junio de 2022, el precio del petróleo crudo por barril es de 120.67 dólares y el precio medio por litro de gasolina en el Reino Unido es de 1.85 libras esterlinas.
Pero en junio de 2008, el precio del crudo por barril era de 187.04 dólares y el precio medio por litro de gasolina en el Reino Unido era de 1.04 libras esterlinas.
Así como están las cosas, el precio del barril de crudo es un 35.4% inferior al precio de 2008, pero el precio del litro de combustible es un 78% superior al de 2008.
¿Puedes ver ahora cómo te están mintiendo cuando el gobierno y los principales medios de comunicación te dicen que estos costos crecientes se deben a la guerra en Ucrania?
La verdad del asunto es que el costo vertiginoso del combustible para llevarlo de A a B, el horrible costo del gas y la electricidad para calentar e iluminar su hogar, la experiencia caótica que implica viajar al extranjero y la exageración de los medios de comunicación en torno a las huelgas ferroviarias no son toda una desafortunada coincidencia, sino que se están haciendo por diseño.
En 2019, el gobierno del Reino Unido encargó un informe elaborado por la Universidad de Oxford y el Imperial College London. Bajo el título “Cero absoluto”, el informe profundiza en las necesidades necesarias para cumplir el compromiso legal de cero emisiones en 2050.
El informe establece otras cosas, que todos los aeropuertos deben cerrar entre 2020 y 2029, excepto los aeropuertos de Heathrow, Glasgow y Belfast, que solo pueden permanecer abiertos con la condición de que las transferencias hacia y desde el aeropuerto se realicen por tren.
Luego, todos los aeropuertos restantes deben cerrar entre 2030 y 2049, ya que para cumplir con el compromiso legal de cero emisiones para 2050, todos los ciudadanos del Reino Unido deben «dejar de usar aviones» durante un período de tiempo significativo.
El informe también establece que el desarrollo de vehículos de gasolina/diésel debe terminar. Como todos sabemos, el gobierno del Reino Unido ya ha establecido por ley que los vehículos de gasolina/diésel ya no se pueden fabricar después de 2030.
¿Qué mejor manera de garantizar que los aeropuertos cierren y todo el mundo recurra a los vehículos eléctricos que provocar un caos absoluto a la hora de viajar al extranjero y aumentar artificialmente el coste de la gasolina y el diésel?
La Agencia Internacional de Energía también exigió recientemente a los gobiernos de todo el mundo esencialmente ‘bloquear’ al público para reducir el uso de petróleo y cumplir con los objetivos de «cambio climático«.
Hoy en día, la AIE actúa como asesora de políticas de sus estados miembros, que incluyen el Reino Unido, EE. UU., Australia, Nueva Zelanda y Canadá, así como las principales economías emergentes.
En marzo de 2022, la AIE publicó un informe titulado “Un plan de 10 puntos para reducir el uso de petróleo”.
Así es como la organización describió el informe:
“Ante la crisis energética global emergente desencadenada por la invasión de Rusia a Ucrania, el Plan de 10 puntos para reducir el uso de petróleo de la AIE propone 10 acciones que se pueden tomar para reducir la demanda de petróleo con un impacto inmediato, y brinda recomendaciones sobre cómo esas acciones pueden ayudar a allanar el camino para poner la demanda de petróleo en un camino más sostenible a largo plazo”.
Y aquí hay una infografía de su plan de 10 puntos propuesto:
Reducir los límites de velocidad de las carreteras en unas 6 millas por hora; más trabajo desde casa; cambios en las calles para fomentar el caminar y andar en bicicleta; domingos sin coches en las ciudades y restricciones en otros días; recortar las tarifas de tránsito; políticas que fomenten más viajes compartidos; reducir los viajes aéreos de negocios.
Se parece mucho a una versión «climática» de los bloqueos de Covid-19, ¿no es así?
Proponemos que ya estamos en medio de bloqueos «climáticos» a escondidas y el público aún no se ha dado cuenta.
¿Es solo una coincidencia que cuatro meses después de la publicación del informe “Absolute Zero” de 2019, el gobierno del Reino Unido introdujo la Ley de Coronavirus e implementó un bloqueo nacional que diezmó la industria de viajes? Una lectura rápida del informe ciertamente sugiere que la verdadera razón de los cierres puede haber sido para que el Gobierno pueda cumplir con su compromiso legal de reducir las emisiones.
¿No le parece extraño cómo las políticas draconianas de Covid-19 también supuestamente ayudaron al clima y ahora se promocionan las mismas soluciones para hacer frente a la invasión de Ucrania por parte de Rusia y cumplir objetivos climáticos absurdos?
Estas “soluciones” propuestas para el cambio climático, el Covid-19 y ahora la guerra rusa son todas exactamente iguales: golpear a los pobres y a la clase media con más restricciones para viajar, menos libertad e incluso más cesión de poder a reguladores gubernamentales no elegidos.
No se trata de tu salud o la salud del planeta, se trata de riqueza y, en última instancia, de control.
«No serás dueño de nada y serás feliz», afirma una predicción del Foro Económico Mundial («WEF») promocionada por primera vez en 2016.
Imagine un mundo donde la propiedad privada haya sido abolida en gran medida y reemplazada por la «servitización». Ya no tienes cosas. Usted paga una tarifa de suscripción para alquilarlos. La sociedad ya está siendo empujada en esta dirección.
Imagina si casi todo lo que tienes funcionara así.
Pagas una cuota de suscripción para usar lo que sea comunal. No tienes propiedad. Lo hacen las corporaciones, o lo hace el Partido. Todo el mundo paga dinero, una y otra vez, para utilizar la misma unidad de producción. El Metaverso de Zuckerberg es prácticamente la máxima expresión de este fenómeno de búsqueda de rentas.
Está en el interés de los arquitectos de las altas finanzas asegurarse de que siempre estés consumiendo cosas sin parar, incluso si realmente no las necesitas.
Es por eso que, a pesar de que siempre vemos cabezas parlantes que proclaman nuestra muerte inminente si no hacemos algo por el medio ambiente, los trabajadores de talleres clandestinos en China producen miles de millones de dólares en dispositivos tecnológicos que se envían a Occidente en gigantescos buques portacontenedores que queman una cantidad de combustible desagradable. aceites combustibles que producen la contaminación de millones de automóviles de pasajeros, consumidos por vanidad y luego arrojados a un vertedero después de un par de años con todos los demás teléfonos inteligentes, computadoras portátiles y tabletas de dos años.
Este modelo funcionó durante un tiempo, pero tenía un defecto fatal. La gente estaba financiando su consumo asumiendo niveles de deuda masivos e insostenibles. Estas burbujas de deuda siempre estallan.
Entonces, ¿cómo se diseña una sociedad financieramente metaestable donde la gente siempre paga por las cosas? ¡Simple! Usted hace imposible que la gente promedio acumule riqueza, reemplazando la propiedad con un modelo de suscripción y haciendo que los ahorros de las personas caduquen.
Aviones, trenes y automóviles. En este momento, los principales medios de comunicación hablan constantemente de estas tres cosas, junto con una crisis del costo de vida, la guerra en Ucrania y un supuesto brote de viruela del mono.
Si bien a primera vista, estas cosas pueden parecer eventos desafortunados que ocurren al azar, la verdad es que en realidad todos ocurren por diseño, y los informes oficiales del gobierno junto con los datos históricos lo prueban.
Los informes sugieren que todo tiene que ver con cumplir con los “objetivos de carbono cero”. Pero esa es otra farsa en sí misma, se trata de avanzar en la cuarta revolución industrial, donde no serás dueño de nada y aparentemente estarás feliz por ello. Una agenda que, a Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico Mundial, le gusta llamar “El Gran Reinicio”.
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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».
Redacción Anwo.life
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El calentamiento global se transformó en el miedo universal del siglo XXI. No importa dónde vivas, qué idioma hables o a qué partido político sigas: la narrativa es la misma —“la Tierra está en peligro y tú eres el culpable”.
La estrategia psicológica
Este discurso no es nuevo: en la historia se ha usado el miedo al castigo divino, el miedo al comunismo, el miedo al terrorismo… Hoy, el miedo climático cumple la misma función.
El ciudadano común se siente responsable de sequías, huracanes y derretimiento de glaciares, aunque en realidad su huella sea insignificante frente a la de corporaciones, ejércitos y grandes industrias.
El truco consiste en internalizar la culpa: hacer que la gente piense que por usar popote o no reciclar está condenando al planeta entero.
Del miedo al consumo
Cuando el miedo ya está instalado, se ofrece la redención.
- ¿Sientes culpa por contaminar? Compra bolsas de tela.
- ¿Temes al plástico? Compra botellas “biodegradables”.
- ¿Quieres salvar al planeta? Paga más por un empaque eco-friendly.
Se crea así un mercado de la conciencia tranquila, donde los productos no se venden por lo que son, sino por el alivio moral que generan.
Impacto real vs. impacto comercial
El problema es que muchas de estas soluciones son más marketing que ecología:
- Un popote de metal requiere tanta energía en su producción que necesita cientos de usos para compensar un popote de plástico.
- Los plásticos “biodegradables” se degradan solo en plantas industriales, no en tiraderos comunes.
- La ropa reciclada muchas veces es solo una mezcla mínima de fibras plásticas, pero se vende a precio premium.
En otras palabras: el planeta sigue ardiendo, pero el negocio crece. El miedo no se resuelve, se administra como un recurso renovable para mantener el consumo constante.
El caso del “popote”
En 2018, millones de personas alrededor del mundo se convencieron de que el popote de plástico era el gran enemigo del planeta. Campañas virales, fotos de tortugas con popotes en la nariz, videos desgarradores.
El mensaje fue claro: si usas popote, destruyes la vida marina.
¿Resultado? Gobiernos prohibieron los popotes, restaurantes los retiraron y las marcas aprovecharon la ola para vender popotes metálicos, de bambú o de vidrio a precios mucho más altos.
El detalle: los popotes representan menos del 0.025% del plástico en los océanos. La mayor parte proviene de redes de pesca, transporte marítimo y basura industrial. Pero esos sectores no se tocan porque son negocios intocables.
En otras palabras, se trasladó la culpa al consumidor común y se creó un mercado millonario de popotes alternativos, mientras el problema real quedó intacto.
La moda “verde” corporativa
Algo similar ocurre con las grandes marcas de bebidas y comida rápida:
Las compañías de ropa producen “colecciones recicladas” que representan apenas un porcentaje mínimo de su producción total, pero sirven para construir imagen y subir precios.
Sacan botellas con 30% de plástico reciclado y las venden como revolución sustentable.
Lanzan ediciones limitadas “eco” que cuestan más, aunque la producción global siga siendo igual de contaminante.
El miedo climático funciona como un producto en sí mismo: se vende la idea de que el consumidor individual puede salvar al planeta con compras simbólicas, mientras los verdaderos responsables mantienen intactas sus prácticas.
Al final, lo que menos cambia es el planeta… lo que más crece son los márgenes de ganancia.
Los nuevos gigantes verdes
Si el miedo es el producto, los gigantes corporativos son los que monopolizan la venta de la salvación. En nombre del calentamiento global, las grandes empresas han encontrado la forma de presentarse como héroes del planeta, al tiempo que crean nuevos imperios económicos.
Autos eléctricos: la promesa de “cero emisiones”
El auto eléctrico es el símbolo máximo de la transición verde. Se vende como “cero emisiones”, pero detrás de esa imagen hay una realidad mucho menos limpia:
- La extracción de litio, cobalto y níquel para baterías destruye ecosistemas completos y deja comunidades enteras sin agua.
- La mayor parte de la electricidad que los recarga proviene todavía de carbón, gas o petróleo.
- Las baterías usadas generan un nuevo problema de desechos tóxicos para el que aún no existe solución global.
Aun así, gobiernos de todo el mundo subsidian su compra, beneficiando principalmente a las grandes automotrices. No es salvar el planeta, es crear un nuevo mercado cautivo.
Créditos de carbono: contaminar pagando
Los llamados “créditos de carbono” son la genialidad del capitalismo verde: una empresa altamente contaminante puede seguir emitiendo CO₂ siempre que pague por proyectos compensatorios, como plantar árboles o financiar energías renovables en otro país.
El resultado:
- Empresas siguen contaminando igual.
- Los gobiernos presumen reducciones en papel.
- Se abre un mercado especulativo de bonos y certificados que se comercian como acciones en Wall Street.
En otras palabras, se convirtió en un negocio global donde contaminar es legal si pagas lo suficiente.
Energías renovables: sol y viento… con dueño
La transición energética es otra bandera verde. Paneles solares y aerogeneradores se presentan como la panacea, pero:
- Los megaproyectos solares y eólicos requieren miles de hectáreas, muchas veces en tierras comunales o ejidales, donde las comunidades terminan desplazadas.
- Los beneficios económicos se concentran en grandes corporaciones extranjeras, no en los habitantes locales.
- La fabricación de paneles solares y turbinas también depende de materiales que contaminan en su extracción.
Así, el “futuro limpio” tiene dueño y factura miles de millones, aunque la justicia ambiental sea mínima.
Los gigantes verdes no están resolviendo el problema, lo están reconfigurando en un mercado global. Cada solución se convierte en un producto, cada producto en un negocio, y cada negocio en una oportunidad de control. El planeta arde, pero los nuevos titanes verdes no buscan apagar el fuego: buscan vendernos el extinguidor.
Fondos, subsidios e impuestos “verdes”
La industria del calentamiento global no solo se sostiene con productos de consumo masivo, sino con un andamiaje financiero y político que asegura flujos de dinero constantes. Es el negocio institucionalizado: gobiernos que subsidian, bancos que invierten y ciudadanos que pagan.
Fondos verdes: trillones en juego
El cambio climático abrió una de las mayores oportunidades de inversión del siglo XXI: los bonos climáticos y los fondos de inversión verdes.
- Según la Climate Bonds Initiative, el mercado de bonos verdes supera ya los 2.5 billones de dólares a nivel global.
- Empresas y gobiernos los emiten para financiar proyectos supuestamente sustentables, pero muchas veces los fondos acaban en megaproyectos polémicos (presas, parques eólicos, minería “verde”).
- Al final, Wall Street y los bancos internacionales encuentran en el “planeta en peligro” un motor financiero estable y de largo plazo.
Subsidios estatales: el dinero público al rescate
Los gobiernos destinan miles de millones en subsidios y estímulos fiscales para las llamadas “tecnologías limpias”:
- Compra de autos eléctricos.
- Instalación de paneles solares.
- Incentivos fiscales a corporaciones energéticas.
El problema: gran parte de estos beneficios no llegan al ciudadano común, sino a empresas que ya son gigantescas. Tesla, por ejemplo, construyó su imperio inicial gracias a subsidios estatales en EE. UU. y China. Lo que parece política ambiental es en realidad transferencia de riqueza pública hacia corporaciones privadas.
Impuestos verdes: la carga al consumidor
Bajo el argumento de “cuidar el planeta”, se han creado nuevas figuras fiscales:
- Impuestos al carbono en combustibles y transporte.
- Cobros extra por empaques no reciclables.
- Tarifas ambientales en turismo y aviación.
En la práctica, estas medidas no modifican las prácticas de los grandes contaminadores, pero sí encarecen la vida cotidiana del ciudadano. El consumidor paga más por productos “eco” mientras las corporaciones continúan operando sin cambios estructurales.
Los fondos, subsidios e impuestos “verdes” son la columna vertebral de la industria del calentamiento global. Se presenta como política ambiental, pero es en realidad un sistema financiero paralelo que canaliza dinero público y privado hacia quienes han sabido monetizar el miedo climático. El planeta sigue esperando resultados; los balances contables, en cambio, no paran de crecer.
Lo que queda fuera del discurso
En cada cumbre internacional, en cada campaña oficial y en cada reportaje sobre el calentamiento global, hay grandes ausentes. Son sectores tan poderosos que se mantienen fuera del radar mediático y político, aunque sean responsables de una parte sustancial de las emisiones globales.
El transporte marítimo y aéreo: la excepción invisible
- El transporte marítimo internacional mueve más del 80% del comercio mundial y es responsable de cerca del 3% de las emisiones globales de CO₂, lo mismo que un país entero como Alemania.
- La aviación comercial, con millones de vuelos al año, representa casi otro 2.5% de las emisiones globales.
- Sin embargo, en los acuerdos climáticos internacionales, estos sectores aparecen apenas con compromisos voluntarios, sin regulaciones estrictas ni impuestos proporcionales.
El mensaje es claro: puedes multar al ciudadano por usar bolsas de plástico, pero no tocas al buque carguero que trae 10 mil contenedores de China.
La industria militar: el intocable mayor contaminado
El ejército de EE. UU. es considerado el mayor consumidor institucional de petróleo en el mundo. Su gasto energético supera al de países enteros.
- Aviones de combate, tanques, portaaviones y bases militares generan una huella de carbono monumental.
- Aun así, la industria militar queda fuera de las negociaciones climáticas internacionales: no aparece en los compromisos de reducción de emisiones ni en los informes globales.
En otras palabras: se puede culpar al ciudadano por usar un auto viejo, pero los ejércitos pueden seguir contaminando sin que nadie los cuestione.
Las corporaciones que se “pintan de verde
Grandes compañías de petróleo, gas y minería lanzan campañas millonarias para mostrar su compromiso ambiental. Pero:
- Siguen expandiendo proyectos de extracción.
- Financian investigaciones y ONGs que suavizan su imagen.
- Pagan bonos de carbono para legitimarse como “net zero” sin modificar su modelo de negocios.
Es un lavado verde de imagen: contaminan a gran escala mientras trasladan la culpa y el costo al consumidor común.
El discurso climático oficial está diseñado para señalar lo que conviene y silenciar lo que amenaza al negocio. Los sectores más poderosos —transporte global, industria militar y megacorporaciones— permanecen intocables.
La narrativa del calentamiento global no es solo ciencia: es también un guion político y económico donde los verdaderos responsables nunca aparecen en escena.
Salvar al planeta o salvar bolsillos
El calentamiento global existe y es un fenómeno real, pero su gestión se ha convertido en un negocio multimillonario disfrazado de salvación ambiental. La confusión intencional entre cambio climático (natural) y calentamiento global (atribuido al humano) ha permitido construir un guion político y económico que funciona con tres pasos muy claros:
- Instalar el miedo: el mundo se va a acabar.
- Culpabilizar al ciudadano: tu consumo, tus bolsas, tus popotes.
- Ofrecer la redención: compra productos verdes, paga impuestos, acepta subsidios que terminan en manos corporativas.
El resultado es un sistema perfecto de transferencia de riqueza:
- Gobiernos que recaudan nuevos impuestos ambientales.
- Corporaciones que facturan con el sello “eco”.
- Bancos que especulan con bonos climáticos.
- Y ciudadanos que pagan más caro por todo mientras el planeta sigue en crisis.
La gran ironía es que lo único verdaderamente sustentable es el negocio mismo, no el futuro de la Tierra. El discurso ambiental se convierte en un escaparate de marketing donde lo verde no significa limpio, sino rentable.
“Calentamiento global S.A.” no es solo un juego de palabras: es la realidad. Una industria que lucra con el miedo, que convierte la culpa en dinero y que asegura que, aunque el planeta siga ardiendo, sus bolsillos nunca dejen de crecer.
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