La pregunta que todos debemos hacernos es… ¿la humanidad en general está realmente preparada para los alcances de su propio intelecto? ¿es capaz de tomar plena consciencia de las consecuencias que tendrán sus actos?
Y es que, si nos fijamos bien, nuestra conciencia como seres humanos crece a una velocidad muy inferior a la que crecen nuestros propios avances científico-técnicos, en pocas palabras, las ambiciones, la locura y los defectos humanos apenas han cambiado desde hace siglos.
Sin embargo, la tecnología y su poder asociado crecen década tras década hasta límites inconcebibles. Y ese desajuste aumenta sin cesar. Dicho de otra manera, cuando disponíamos de una tecnología que nos permitía fabricar espadas, nos matábamos con espadas. Cuando hemos dispuesto de energía nuclear nos hemos arrojado bombas atómicas.
Así pues, nuestra conciencia como seres humanos ha avanzado muy poco respecto al poder del que disponemos. Y no podemos cerrar los ojos a esta realidad. Los avances tecnológicos actuales serán usados por el mismo tipo de personas malvadas y corruptas que los han usado hasta ahora a lo largo de la historia, pero la diferencia es que ahora, las consecuencias de sus actos pueden ser irreversibles.
Para entender mejor lo que estamos viviendo, pongamos un pequeño ejemplo. Hace unos siglos, los hombres más poderosos disponían de ejércitos a caballo, con soldados que llevaban espada y vestían armaduras, mientras las personas a las que dominaban iban a pie, blandían garrotes de madera y podían ocultarse fácilmente en los bosques.
Ahora, las personas poderosas disponen de aviones de combate y misiles nucleares con los que destruir el mundo entero y pueden monitorizar desde el cielo hasta el último movimiento de cualquier persona vaya adónde vaya y destruirla sin que pueda presentar oposición ni esconderse en ninguna parte. Por lo tanto, la diferencia de entre el poder que albergan las personas más poderosas y las menos poderosas ha aumentado exponencialmente, de forma proporcional al propio avance tecnológico, mientras que la corrupción y la maldad de los poderosos sigue intacta.
Antes era el hombre contra el caballo. Ahora es el hombre contra el misil nuclear. Digan lo que digan, esto no había sucedido jamás en toda la historia de la humanidad. Cada vez, un menor grupo de personas albergan un mayor poder en sus manos y pronto, la situación será irreversible si no le ponemos remedio inmediatamente.
Preguntémonos lo siguiente… ¿por qué no hay un progreso real?
Hemos concluido dos aspectos respecto al avance científico-tecnológico que ha experimentado la humanidad:
1. No se ha traducido en un progreso real del ser humano a la hora de cubrir sus dependencias básicas.
2. Nos ha conducido a una situación crítica, a lo que promete ser un punto sin retorno y sin referentes previos.
Sin embargo, la gran mayoría de los avances técnicos y científicos se han concebido, generalmente, con las mejores intenciones. La mayoría han sido creados para un bien común. Entonces… ¿cómo puede ser que, sistemáticamente, todo lo que creamos “para bien” acabe siendo utilizado “para mal” y una vez tras otra, tengamos que sopesar las ventajas y las desventajas de todas y cada una de las cosas que inventamos?
Si tras cada invento, “hecho para un bien”, tienes que estar valorando en cuánto te perjudica, es que nuestra evolución está resultando de lo más ineficiente. Es como si cada vez que besáramos a un ser querido, tuviéramos que estar calculando cuantas enfermedades podemos transmitirle con el beso. Alguien que se viera obligado a hacer esto estaría evidentemente muy enfermo y su primera prioridad debería ser curarse… ¿no es así?
Pues así está la humanidad con cada avance que realiza. Creamos medicinas y vacunas para curar las enfermedades, pero con el paso de los años, vamos descubriendo los efectos secundarios nocivos que provocan y las nuevas dolencias que causan.
Creamos vehículos fantásticos que nos permiten movernos a gran velocidad, pero el petróleo del que dependen es fuente de guerras y contaminación hasta el punto de dañar el equilibrio atmosférico del planeta. Creamos fuentes de energía fabulosas como las centrales nucleares, pero un solo fallo de una de ellas, nos aboca a una contaminación mundial sin precedentes.
¿Cómo podemos ser tan torpes? Esto no tiene ninguna lógica. Alguna cosa falla y evidentemente falla en el interior de nuestra mente, a nivel comunitario y a nivel individual. De hecho, nuestros propios avances científico-tecnológicos dan buena fe de ello.
Con todo lo que hemos creado y con todo lo que conocemos, a estas alturas podríamos garantizar que cada humano nacido en este planeta no tuviera que preocuparse jamás, a lo largo de su existencia, ni por su sustento ni por obtener un techo bajo el que vivir. La ciencia y la tecnología nos lo permiten de sobra desde hace décadas. Podríamos dedicar la mayor parte de nuestro tiempo y energía vitales, no a luchar por nuestra subsistencia como cualquier otro animal, sino a actividades superiores de carácter creativo o intelectual.
Pero por lo visto, lo único que hemos conseguido con el paso de los siglos ha sido crecer en número hasta poner en peligro los recursos planetarios y vivir muchos más años que nuestros antepasados, para así poder trabajar aún más tiempo gastando recursos para garantizar nuestra subsistencia. Y a eso lo hemos llamado “progreso”.
Ha llegado pues, la hora de que dejemos de servir como zombis a esta gran maquinaria y que nos hagamos las preguntas necesarias:
- ¿Somos más felices que nuestros antepasados? ¿sí o no?
- ¿Somos mejores seres humanos que en otros momentos de la historia? ¿sí o no?
- ¿El planeta y nuestro entorno en general está mejor o peor con cada día que pasa? ¿sí o no?
- ¿Cómo queremos que sean nuestras vidas?
- ¿Cuáles son nuestros sueños?
Respondamos con sinceridad a estas preguntas y sabremos si el progreso es real o si nos estamos engañando a nosotros mismos. Vale la pena parar motores y discutirlo con detenimiento. Seguro esta reflexión será de mucho provecho.
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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».
Redacción Anwo.life