En el año 2013 cuando se publicó una trilogía de libros titulada “The Orphan Trilogy” siendo sus autores James y Lance Morcan. Aunque la obra era realmente de ficción, las cuestiones que analizaba resultaban de enorme relevancia. Así, por ejemplo, en uno de los libros se afirmaba lo siguiente:
La gran industria farmacéutica necesita de gente enferma para prosperar, los pacientes, no la gente sana, son sus clientes. Si todos se curarán de alguna enfermedad o dolencia particular, las compañías farmacéuticas perderían el cien por cien de sus beneficios gracias a los productos que venden para esa dolencia. El significado de todo esto, es que la medicina moderna está tan pesadamente entretejida con la cultura de los beneficios económicos, que es una industria de la enfermedad más que una industria de la salud.
Las afirmaciones resultaban ciertamente inquietantes, pero hay que reconocer que resultan muy difíciles de negar o invalidar. Entre los negocios más lucrativos del mundo actual se encuentra la industria farmacéutica; esa industria cuenta con presupuestos con influencias con un peso en los medios de comunicación superior, en no pocos casos, al de la mayoría de los gobiernos. Lamentablemente lo que se industria pretende no es la desaparición de la enfermedad, porque eso significaría su final, sino la utilización masiva de las dolencias que aquejan al género humano con un único ánimo, el de lucro. El gran negocio no es la salud sino la enfermedad.
En los últimos días, hemos tenido nuevas noticias sobre el historial de Pfizer, la multinacional que ha fabricado la vacuna contra el coronavirus. Sin ánimo de ser exhaustivos, los hechos son los siguientes:
En el año 2003 David Franklin presentó una demanda contra Pfizer por promover Neurontín, un fármaco aprobado sólo para las convulsiones, pero que Pfizer promovía también para usos no autorizados.
Para conseguir que los médicos prescribieran este fármaco, una filial de Pfizer los sobornó con entradas para los juegos olímpicos, viajes a Disney World y vacaciones familiares en complejos de golf. De esa manera, el 90% de las recetas de los médicos se dirigieron hacia enfermedades para las que no estaba indicada esta medicina.
El resultado de esta acción legal, fue que Pfizer se vio obligada a pagar una multa de 450 millones de dólares.
En 2009, Pfizer se vio obligada a pagar otros 2,300 millones de dólares para acabar con las acusaciones penales y civiles por el uso ilegal de otros cuatro medicamentos: el analgésico “Bextra” el antipsicótico “Geodon”, el antibiótico “Zyvox” y el antiepiléptico “Lírica”.
A petición de la FDA, Pfizer tuvo que retirar “Bextra” del mercado en el año 2005 porque sus riesgos, incluida una reacción cutánea, que a veces resultaba mortal, superaban los beneficios. La multinacional farmacéutica Pfizer tuvo que pagar una multa de 1,195 millones de dólares, la mayor sanción impuesta por la justicia americana en cualquier pleito a lo largo de su historia.
En 2009 Pfizer se vio obligada a negociar con el Gobierno de Nigeria un acuerdo para evitar un proceso por la muerte de 11 niños en este país y por las secuelas ocasionadas a decenas de pequeños en las pruebas de un medicamento llamado Trovan.
Pfizer pagó 75 millones de dólares para indemnizar a las familias y bloquear así el proceso penal. Lo anterior sucedió luego de que Pfizer contrató detectives privados para investigar al fiscal que llevaba el caso e intentará desacreditarlo a través de los medios de comunicación.
El trovan fabricado por Pfizer, se aprobó después en Europa y en E.E.U.U. Mientras que en la nación americana se sigue utilizando como un tratamiento para infecciones muy severas, en Europa se retiró de circulación porque causaba problemas hepáticos.
Pfizer ha vuelto a saltar recientemente a los titulares de los medios de comunicación, en relación con la supuesta fabricación de una vacuna contra el coronavirus.
Seis de las personas con las que se ha experimentado la vacuna de Pfizer contra el coronavirus, han muerto. Cuatro formaban parte del grupo de control y dos recibieron la vacuna.
Una de las personas experimentó un paro cardíaco, 60 días después de recibir la segunda dosis de la vacuna y murió tres días después. En otro caso, una persona con obesidad inicial y arterioesclerosis preexistente, murió tres días después de recibir la primera vacuna.
A pesar de lo anterior, la FDA ha afirmado que no hay razones para no autorizar de emergencia la vacuna desarrollada contra el coronavirus por las empresas Pfizer y Biontech.
La FDA ha señalado incluso que las personas previamente infectadas, pueden estar en riesgo de contraer el covid-19 y podría beneficiarse de la vacuna. De hecho, sólo el 3% de los participantes en los ensayos de Pfizer y Biontech, tenían una infección previa en el momento del estudio. Los análisis adicionales muestran que muy pocos casos de coronavirus se produjeron durante el transcurso de todo el estudio.
La cotización en bolsa de las acciones, tanto de Pfizer como de Biontech, se había disparado con el inicio de las vacunaciones en Gran Bretaña después de que esta nación se haya convertido en el primer país del mundo en otorgar una aprobación de emergencia a la vacuna producida por Pfizer y Biontech.
De manera semejante la desacreditada Organización Mundial de la Salud (OMS), ha calificado de prometedores los resultados de la vacuna de Pfizer a pesar de su carácter experimental.
Las personas en las que se ha experimentado con la vacuna de Pfizer, se han quejado de sufrir síntomas como resaca, dolores por todas partes, dolor de cabeza y fiebre.
El antiguo vicepresidente y director científico de Pfizer, Michael Yeadon, y el especialista en neumología y parlamentario alemán, Wolfgang Wodarg, han presentado una solicitud urgente ante la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) pidiendo la suspensión inmediata de todas las pruebas de la vacuna contra el SARS-Cov-2, en particular la desarrollada por Pfizer.
Yeadon y Wodarg, afirman que los estudios deberían detenerse hasta que esté disponible un estudio de diseño que aborde una serie de cuestiones muy relevantes de seguridad, expresadas por un cuerpo creciente de científicos reputados que se muestran muy escépticos sobre la rapidez con la que se están desarrollando las vacunas.
Los solicitantes exigen que debido a la conocida falta de precisión de la prueba de PCR en varios estudios, se utilice en su lugar la denominada “Secuencia de Sanger”.
La pareja de científicos señala también las preocupaciones que surgen de los estudios anteriores relacionados con otros coronavirus, lo que incluye la formación de los llamados “anticuerpos no neutralizantes” que pueden desembocar en una reacción inmune exagerada, especialmente cuando la persona que se somete a la prueba, se enfrenta al virus real después de la vacunación. Esta reacción se conoce desde hace mucho tiempo a partir de experimentos con vacunas con otros coronavirus realizados, por ejemplo, en gatos. En el curso de estos estudios todos los gatos que inicialmente toleraron bien la vacuna acabaron muriendo después de contraer el virus.
Según Yeadon y Wodarg, la duración demasiado corta del estudio no permite una estimación realista de los efectos secundarios. Como en los casos de narcolepsia posteriores a la vacunación contra la gripe porcina, millones de personas quedaron expuestas a un riesgo inaceptable al otorgarse la aprobación de emergencia que solicitó la compañía farmacéutica Pfizer.
El doctor Yeadon ha afirmado también que no hay ciencia que sugiera que podría ocurrir una segunda ola, y que los resultados de las pruebas del coronavirus se están utilizando para fabricar una segunda ola ya que muchas de las pruebas utilizadas son defectuosas.
Yeadon ha afirmado también que la mitad o incluso casi todas de las pruebas de coronavirus son “falsos positivos” y que el umbral de inmunidad colectiva pudiera ser mucho más bajo de lo que se pensaba anteriormente, e incluso, podría haber sido alcanzado ya en muchos países.
Wodarg ha señalado también el riesgo de que la vacuna pueda provocar efectos secundarios dañinos como la “infertilidad indefinida” en mujeres vacunadas.
La vacuna de Pfizer y Biontech, contiene polietilenglicol, una sustancia contra la que el 70% de las personas desarrollan anticuerpos, lo que significa que muchas pueden tener reacciones alérgicas potencialmente mortales después de recibir la vacuna.
Así pues, ya varios médicos y enfermeras de Nueva York, uno de los lugares del mundo más golpeados por el coronavirus, ha manifestado que no se someterán a la vacuna por considerar que no ha sido suficientemente probada ni ha pasado un tiempo suficiente para que resulte eficaz.
El presente escrito, no pretende desacreditar el uso de las vacunas a las que ya estamos acostumbrados. Muchos científicos han trabajado en ellas salvando millones de vidas. Sin embargo, una cosa es que se reconozca el papel positivo de las vacunas en la sanidad y otra muy diferente, es aceptar cualquier vacuna; y aún todavía algo más distinto, es que se reciba la vacuna sin el menor ánimo crítico.
El desarrollo de una vacuna eficaz, exige un método, un tiempo y una integridad moral de manera indispensable. La presentada por Pfizer, ciertamente, está permitiendo ganancias económicas colosales, pero su método que es como mínimo dudoso, el tiempo utilizado resulta asombrosamente breve para lo que exige habitualmente una vacuna, y la integridad moral no puede decirse que sea una de las características más claras que adornan la historia de esta multinacional farmacéutica.
Por si todo esto fuera poco, Pfizer es conocida por antecedentes de actuaciones inmorales en círculos políticos, judiciales y mediáticos, para cubrir las consecuencias nefastas de sus acciones.
Finalmente tenemos que decir que son varias las personas a las que se ha sometido a la prueba de la vacuna, que han tenido reacciones, no solo negativas sino incluso mortales. Hasta médicos y enfermeras, han afirmado que no aceptarán que les administren la vacuna y antiguos ejecutivos de la Big Pharma, están llamando la atención a peligros como la esterilidad indefinida de las mujeres.
Con ese cúmulo de circunstancias, hacemos un llamado a reflexionar con enorme cuidado y profunda atención, sobre la conveniencia de recibir una vacuna de esas características, sobre todo si se toma en cuenta que el coronavirus ha centrado su mortalidad, en más de un 90%, en gente de más de 70 años que por añadidura padecía alguna enfermedad, o que el coronavirus es menos mortal entre los niños de lo que es por ejemplo una gripe vulgar.
Así ha de ser, porque la finalidad de una sociedad no es engordar las arcas de la Big Pharma. Es esa Big Pharma, cuya historia está tejida no pocas veces por la corrupción, el soborno, la utilización propagandística de los medios, e incluso la muerte de los que reciben sus productos, sino que la meta de la sociedad es preservar y defender el bien común.
En ese bien común tiene un papel esencial la salud y no, como señalaron atinadamente James y Lance Morcan, el negocio de la enfermedad. Mientras nos encontramos en el dilema de vacunarnos o no, la deuda mundial aumenta a un récord de 258 billones de dólares, es decir, la relación deuda/PIB durante el primer trimestre del 2020 tuvo el mayor crecimiento trimestral registrado, para llegar a 331% y, por cierto, tengan por seguro que buena parte de esa deuda no va a ir a mejorar la salud de los ciudadanos del mundo, sino a engordar los bolsillos de las farmacéuticas y quienes están cercanos al poder.
Y recuerda… “No asumas nada, cuestiona TODO”.
Redacción ANWO
Fuente: Adaptación escrita del podcast editorial de “La Voz de César Vidal”.
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En un estudio reciente realizado en Alemania se sugiere que más de 100,000 personas han muerto allí debido a las vacunas contra el coronavirus de Wuhan (COVID-19). Los mismos datos extrapolados a la población de Estados Unidos sugieren que al menos 400,000 personas aquí también murieron debido a las inyecciones.
Los investigadores han expresado su preocupación por las concentraciones «alarmantemente altas» de ADN bacteriano en las vacunas de ARNm del coronavirus de Wuhan (COVID-19) de Pfizer y Moderna.
La crisis del exceso de muertes continúa, con 1,232 muertes en exceso, un 12.3% por encima del promedio de cinco años, registradas en Inglaterra y Gales en la semana que terminó el 28 de octubre, según la ONS. De estos, 804 se atribuyeron a una causa subyacente distinta del COVID-19, lo que elevó el exceso total de muertes no relacionadas con el COVID desde que comenzó la ola en abril a 23,287.
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