La economista zambiana, Dambisa Moyo, escribió un libro -Ayuda muerta: Por qué la ayuda no funciona y cómo hay un camino mejor para África- para denunciar cómo la hipocresía de lo políticamente correcto no hizo más que seguir empobreciendo al continente africano a través de la ayuda internacional.
Moyo es doctora en economía de la Universidad de Oxford, tiene un máster en Administración Pública de la Universidad de Harvard y ha trabajado como consultora para el Banco Mundial durante un par de años y en Goldman Sachs, donde fue jefa de investigación económica y estratégica para el África subsahariana.
El argumento principal del texto de la economista africana es que la ayuda destinada a África, en lugar de promover el crecimiento económico, condenó al continente a la pobreza y a seguir dependiendo de la ayuda internacional para sobrevivir.
Moyo señala que, aunque África recibe miles de millones de dólares al año, sus naciones siguen sumidas en la miseria. El crecimiento económico es extremadamente lento y las naciones africanas están cada vez más endeudadas, con sus economías arruinadas por la inflación. Esto aumenta la inestabilidad gubernamental, los disturbios civiles y, por supuesto, paraliza el desarrollo social.
El economista señala que la ayuda es un completo desastre en términos políticos, económicos y humanitarios. Apoya sus afirmaciones con datos: «En los últimos 60 años se han transferido a África miles de millones de dólares en ayuda para el desarrollo por parte de los países ricos. Sin embargo, la renta per cápita es hoy inferior a la de los años 70, y más del 50% de la población (350 millones de personas) vive con menos de un dólar al día, cifra que casi se ha duplicado en dos décadas».
Dice que el victimismo de algunos grupos africanos es el mayor obstáculo para el desarrollo del continente “… míralo de esta manera. China tiene una población de 1,300 millones de personas y sólo 300 millones viven como nosotros (con un alto nivel de calidad de vida). Hay 1,000 millones de chinos que viven por debajo de ese nivel. ¿Conoces a alguien que esté preocupado por China? Nadie».
El trasfondo de todo esto es que el dinero de la ayuda en África se utiliza para aliviar la hambruna, las emergencias médicas, el suministro de agua potable y otras necesidades básicas, lo que, por supuesto es extremadamente importante, pero sólo atacan los síntomas y no la causa. Si el dinero que se envía no se destina a la producción, la gente seguirá sobreviviendo a duras penas con la ayuda externa, pero nunca podrá superar la pobreza; además, parte de ese dinero sirve a veces para perpetuar y sostener regímenes totalitarios en el poder, porque para hacer llegar los recursos a la población hay que pasar por ellos, y gran parte de los recursos se pierde por la corrupción.
Lo que un continente como África necesita es invertir en ámbitos económicos que generen estructuras de desarrollo sostenido. Para ello es necesario la educación, por supuesto, pero también el fomento de la cultura empresarial, para producir empleo y elevar la producción del continente, que es lo único que puede permitirle a los africanos tener sus propias casas y comer sus propios alimentos en un par de décadas, sin tener que depender de la llegada de dinero de los países desarrollados.
Se ha denunciado que incluso la ayuda internacional ha debilitado a los pocos productores locales que existen en África, ya que envían a la región productos subvencionados (incluso gratuitos) que compiten directamente con los productos fabricados allí.
En 1990 había 280 millones de personas viviendo en la pobreza extrema en África; hoy esa cifra supera los 430 millones. Países como Sudán del Sur y Niger tienen tasas de pobreza extrema superiores al 90%, por lo que se calcula que en el 2030 aproximadamente 9 de cada 10 personas extremadamente pobres vivirán en el África subsahariana.
En contraste con la situación en África, según el Banco Mundial, en 1990 había 1,900 millones de personas en situación de pobreza extrema en todo el mundo y hoy esa cifra ha disminuido a 736 millones de personas; es decir, mientras que más de 1,100 millones de personas en todo el mundo han salido de la pobreza extrema en los últimos 30 años, la tendencia contraria se ha producido en África, donde la cifra ha aumentado en al menos 150 millones de personas.
En los últimos años se han tomado iniciativas en África para impulsar la economía, siendo el turismo una de ellas. De hecho, en las dos últimas décadas esta industria tuvo un crecimiento anual del 9%, lo cual es positivo, pero se necesita mucho más. Un continente como África necesita una diversificación de su economía, necesita sistemas políticos más transparentes y menos autoritarios y, al mismo tiempo, requiere una formación constante de los miembros de sus sociedades para inaugurar proyectos económicos sostenibles.
La realidad africana es trasladable a todas las naciones del mundo que atraviesan procesos similares de atraso y pobreza, algunos por particularidades coyunturales e históricas, pero una gran mayoría por vicios ideológicos y económicos como el socialismo, que ha llevado a la quiebra a diferentes naciones de Europa del Este y América Latina.
Lo cierto es que ninguna nación puede salir adelante o hacer crecer la economía con subsidios eternos, sin emprendimiento y sin empresas privadas. No toda la ayuda es buena, hay ayudas que matan, como demuestra Dambisa Moyo.
Sin estructuras económicas, sin educación y formación, sin empleo, las dádivas no harán más que aplazar los malos tiempos de las sociedades condenadas a la dependencia de los regalos externos. Y sin duda el pueblo africano es capaz de mucho más.
Una cosa que siempre me sorprende del mundo financiero es lo rezagados que parecen estar los economistas convencionales. Hace poco, Janet Yellen y Paul Krugman, supuestos economistas líderes, demostraron ser completamente ignorantes (o estratégicamente deshonestos) sobre los efectos de las medidas de estímulo de los bancos centrales y la amenaza de la inflación. De hecho, ambos negaron consistentemente la existencia de esa amenaza hasta que la evidencia los aplastó.
¿Desdolarización o dolarfobia? Ambas perspectivas se entrelazan en un complejo escenario económico mundial, donde la influencia del dólar y las políticas asociadas a esta moneda han generado efectos significativos en las relaciones internacionales. La militarización del dólar y las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos han llevado a una creciente desdolarización en diversos países, al tiempo que se ha propagado una actitud de dolarfobia en aquellos afectados por las medidas coercitivas. Estas dos tendencias, aunque diferentes, se relacionan entre sí y evidencian un reacomodo en el sistema financiero global.
En la visita estratégica de Lula a Xi, mandatarios de dos miembros del BRICS que dejan atrás al G-7, la parte más sensible fue la adopción de la yuanización/desdolarización de sus intercambios comerciales, lo que Lula exhorta a imitar en toda Latinoamérica (LA). Según Lula, China es ahora esencial para Brasil y LA.
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