Es imposible comprender la política Latinoamérica, por lo menos de las últimas seis décadas, sin antes estudiar la Revolución cubana. Y es que aquel 01 de enero de 1959 no sólo significo la caída de Fulgencio Batista, sino el inició de la tiranía de Fidel Castro. Veamos.
Castro entendía muy bien que para sostenerse en el poder necesitaba cuatro pilares. Primero, someter todas las instituciones del Estado. Segundo, contar con una fuente de financiamiento. Tercero, estructurar una red de apoyo internacional. Y cuarto, controlar los medios de información y educativos.
Por eso, en los albores mismos de la revolución, Fidel realizó una purga con sus propios compañeros de armas. Por ejemplo, el comandante Huber Matos fue condenado a 20 años de prisión bajo los cargos de sedición —aunque, en realidad, su “delito” fue oponerse a las confiscaciones de pequeñas empresas—, y Camilo Cienfuegos sufrió un extraño accidente -numerosos testimonios apuntan a señalar que la popularidad de Cienfuegos causaba celos en Fidel Castro-.
Luego de la catarsis en los altos mandos, empezó la represión a los ciudadanos que osaran oponerse a los designios del comandante en jefe. Tarea que encomendó a Ernesto Guevara, el Che. Quien primero diseñó un nuevo programa educativo, una mezcla de adoctrinamiento y represión, para formar el “hombre nuevo” y después fusiló a quien consideraba contrario a la revolución, entre ellos, miles de homosexuales.
Pero para asegurar su dominio faltaba modificar la Constitución. Cosa que logró en 1976, cuando se aprobó la nueva Constitución de carácter socialista de la república de Cuba.
Obviamente, esa “Constitución” era, en realidad, una serie de atribuciones que el Estado se otorgaba a sí mismo. Verbigracia, el ejercicio del comercio exterior y la planificación central de la economía. No obstante —y como decía Hayek: “mientras más planifica el Estado, menos lo hacen los ciudadanos”—, los cubanos comunes y corrientes perdieron las libertades económicas, políticas y religiosas.
Ni mencionar el debido proceso. Ya que la justicia cubana funcionaba, hasta ahora lo hace, más o menos así: “comandante Fidel Castro: ya tenemos la fecha para el fusilamiento de todos los gusanos. Ahora sólo falta el juicio”.
Además, que existen miles de denuncias sobre torturas y extrañas muertes de presos, embolias y paros cardiacos, por citar algunos casos.
Una vez consolidado su dominio en Cuba, el barbudo comandante se dedicó a buscar sostenimiento económico. Primero, contó con el apoyo de la URSS ($ 4 mil millones de dólares anuales durante treinta años). Después, de la mano de Hugo Chávez, sangró los recursos petroleros de Venezuela. Y finalmente, recurrió al más rentable de los negocios: el narcotráfico.
En su libro: La vida oculta de Fidel Castro, Jesús Reinaldo Sánchez explica que para el comandante el tráfico de drogas era un arma revolucionaria. Su razonamiento venía de la siguiente manera:
“Si los yanquis eran lo bastante estúpidos para consumir droga procedente de Colombia, no sólo no era su problema, sino que además servía a sus objetivos revolucionarios en la medida en que la droga corrompía y desestabilizaba la sociedad estadounidense”.
Así, a medida que el tráfico de cocaína se desarrollaba en Latinoamérica, la frontera entre la guerrilla y el narcotráfico iba desapareciendo poco a poco. Eso nos lleva la tercera parte del análisis: El foro de Sao Paulo.
A finales de 1989 comenzó el derrumbe del comunismo en Europa Oriental y en la Unión Soviética. Parecía que el socialismo real —como se le llamó— era sólo un mal recuerdo. Fue entonces cuando Francis Fukuyama se atrevió a lanzar su tesis sobre el “Fin de la historia”. Alegando que la lucha de las ideologías había finalizado, dando lugar a que la democracia y el libre mercado se declaren triunfadores definitivos. Por ende, se quedarían entre nosotros por los siglos de los siglos.
Pero las izquierdas latinoamericanas no pensaban como el profesor Fukuyama. Puesto que el veterano comandante decidió, junto con el sindicalista brasileño Lula da Silva, lanzar una plataforma política para reorganizar el socialismo en la región y, de esa manera, sustituir el subsidio soviético.
Los marxistas tuvieron que dejar su clásico discurso de la lucha de clases, para reemplazarlo por indigenismo, feminismo, ambientalismo y una idealización romántica de la lucha por la hoja de coca. Justamente, es este último elemento el que tomó Pablo Stefanoni para convertir a un iletrado Evo Morales en el paladín de la defensa de la coca y la lucha por la “liberación” de los pueblos indígenas —vericuetos semánticos para dotar un aire revolucionario al tráfico de cocaína—. Pero… ¿cómo fue posible que nadie advirtiera el peligro que representaba Fidel Castro para la región?
En este punto, nobleza obliga a reconocer la genialidad de Castro. Ya que el guerrillero hizo un trabajo brillante de infiltración en las universidades, sindicatos de maestros, medios de prensa y en cuanto personaje influyente encontrara.
Una de las misiones esenciales asignadas a las embajadas consiste en reclutar a agentes extranjeros, ya se trate de simples personajes de influencia o de verdaderos espías. Los primeros son, por lo general, personas que gozan de una posición capaz de influir en la opinión pública y que estén, a priori, a favor de la Revolución cubana, por ejemplo, Diego Armando Maradona en Argentina, Gabriel García Márquez en Colombia o Carlos Mesa en Bolivia. El régimen cubano los usa como transmisores de las ideas procastristas, una especie de idiotas útiles.
Los segundos, mucho menos numerosos, son personas que trabajan conscientemente para los servicios cubanos, tras haber sido reclutados por la Dirección de Inteligencia. Los topos cubanos más célebres descubiertos por la CIA pertenecen a esta categoría, como Ana Belén Montes, infiltrada castrista en el Pentágono y detenida en 2001, o Walter Kendall Myers, exoficial del Departamento de Estado detenido en 2009.
Asimismo, no podemos pasar por alto las tan famosas Brigadas de alfabetización regadas por toda la región. La misión fundamental de esos grupos es adoctrinar a indígenas en países como Bolivia o Venezuela, para que estos sirvan como equipos de choque ante eventuales protestas contra los gobiernos procastristas —la ciudad boliviana de El Alto fue testigo de ello el 2019—.
Como vemos, todos los caminos del mal nos llevan a Cuba.
*Hugo Marcelo Balderrama. Panama Post.
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Y recuerda… “No asumas NADA, cuestiona TODO”.
Redacción Anwo.life