El siguiente texto es la continuación del texto que fue elaborado por el arzobispo Carlo Maria Viganò el 28 de julio de 2021y traducido por la redacción de anwo.life.
“Dico vobis quia si hii tacuerint, lapides clamabunt”.
“Yo les digo que, si estos callan, las piedras clamarán”.
Lucas 19:40
Si te perdiste la parte anterior, te dejamos el enlace a continuación:
Por eso me resulta sumamente desagradable tener que leer en Traditionis Custodes que la razón por la que Francisco cree que el Motu Proprio Summorum Pontificum que se promulgó hace catorce años reside únicamente en el deseo de curar el supuesto cisma de Monseñor Lefebvre(obispo excomulgado por Juan Pablo II por haber pedido la expulsión de todos los árabes y musulmanes de Francia). Por supuesto, el cálculo “político” puede haber tenido su peso, especialmente en la época de Juan Pablo II, aunque en ese momento los fieles de la Fraternidad San Pío X eran pocos. Pero la petición de poder devolver la ciudadanía a la Misa que durante dos milenios alimentó la santidad de los fieles y dio la savia de la vida a la civilización cristiana no puede reducirse a un hecho contingente.
Con su Motu Proprio, Benedicto XVI devolvió la Misa Apostólica Romana a la Iglesia, declarando que nunca había sido abolida. Indirectamente, admitió que hubo un abuso por parte de Pablo VI, cuando para dar autoridad a su rito prohibió sin piedad la celebración de la liturgia tradicional. E incluso si en ese documento puede haber algunos elementos incongruentes, como la coexistencia de las dos formas de un mismo rito, podemos creer que estos han servido para permitir la difusión de la forma extraordinaria, sin afectar a la ordinaria. En otras ocasiones, hubiera parecido incomprensible dejar que se celebrara una Misa impregnada de malentendidos y omisiones, cuando la autoridad del Pontífice hubiera podido simplemente restaurar el antiguo rito. Pero hoy, con la pesada carga del Vaticano II y con la mentalidad secularizada ahora generalizada, incluso la mera licencia de celebrar la Misa Tridentina sin permiso puede considerarse un bien innegable, un bien visible para todos por los abundantes frutos que aporta a las comunidades donde se celebra. Y también podemos creer que habría traído aún más frutos si tan solo Summorum Pontificum se ha aplicado en todos sus puntos y con un espíritu de verdadera comunión eclesial.
El supuesto “uso instrumental” del misal romano
Francisco sabe bien que la encuesta realizada entre los obispos de todo el mundo no arrojó resultados negativos, aunque la formulación de las preguntas dejó en claro qué respuestas quería recibir. Esa consulta fue un pretexto, para hacer creer a la gente que la decisión que tomó era inevitable y fruto de un pedido coral del Episcopado. Todos sabemos que, si Beroglio quiere obtener un resultado, no duda en recurrir a la fuerza, la mentira y los juegos de manos: los acontecimientos de los últimos Sínodos lo han demostrado más allá de toda duda razonable, con la Exhortación postsinodal redactada incluso antes de la votación del Instrumentum Laboris.
También en este caso, por tanto, el propósito preestablecido era la abolición de la Misa Tridentina y la profasis, es decir, la excusa aparente, tenía que ser el supuesto “uso instrumental del Misal Romano de 1962, a menudo caracterizado por un rechazo no solo a la reforma litúrgica, sino al mismo Concilio Vaticano II”. Con toda honestidad, acaso se puede acusar a la Fraternidad San Pío X de este uso instrumental, que tiene todo el derecho de afirmar lo que todos sabemos bien, que la Misa de San Pío V es incompatible con la eclesiología y doctrina posconciliar. Pero la Compañía no se ve afectada por el Motu Proprio, y siempre lo ha celebrado utilizando el Misal de 1962 precisamente en virtud de ese derecho inalienable que reconoció Benedicto XVI, que no fue creado ex nihilo en 2007.
El sacerdote diocesano que celebra la Misa en la iglesia que le asigna el Obispo, y que cada semana debe someterse al tercer grado a través de las acusaciones de católicos progresistas celosos sólo porque se ha atrevido a recitar el Confiteor antes de administrar la Comunión a los fieles, sabe muy bien que no puede hablar mal del Novus Ordoo Vaticano II, porque a la primera sílaba ya sería convocado a la Curia y enviado a una parroquia perdida en la montaña. Ese silencio, siempre doloroso y casi siempre percibido por todos como más elocuente que muchas palabras, es el precio que tiene que pagar para tener la posibilidad de celebrar la Santa Misa de todos los tiempos, para no privar a los fieles de las Gracias que se derraman sobre la Iglesia y el mundo. Y lo que es aún más absurdo es que mientras oímos decir impunemente que la Misa Tridentina debería ser abolida porque es incompatible con la eclesiología del Vaticano II, en cuanto decimos lo mismo, es decir, que la Misa Montiniana es incompatible con la eclesiología católica: somos inmediatamente objeto de condena.
Me pregunto qué tipo de enfermedad espiritual pudo haber golpeado a los Pastores en las últimas décadas, para llevarlos a convertirse, no en padres amorosos sino en censores despiadados de sus sacerdotes, funcionarios que vigilan constantemente y están listos para revocar todos los derechos en virtud de un chantaje que ni siquiera intentan ocultar. Este clima de sospecha no contribuye en lo más mínimo a la serenidad de muchos buenos sacerdotes, cuando el bien que hacen se pone siempre bajo el lente de los funcionarios que consideran a los fieles vinculados a la Tradición como un peligro, como una presencia molesta a tolerar siempre que se destaque demasiado. Pero, ¿cómo concebir siquiera una Iglesia en la que se obstaculice sistemáticamente el bien y se mire con recelo y se controle a quien lo haga? Por tanto, comprendo el escándalo de muchos católicos, fieles, pastor que, en lugar de cuidar a sus ovejas, las golpea airadamente con un palo”.
El malentendido de poder gozar de un derecho como si se tratara de una graciosa concesión también se puede encontrar en los asuntos públicos, donde el Estado se permite autorizar viajes, clases escolares, apertura de actividades y realización de trabajos, siempre que se sufre la inoculación con el suero genético experimental. Así, así como la “forma extraordinaria” se otorga con la condición de aceptar el Concilio y la Misa reformada, así también en la esfera civil se otorgan los derechos de los ciudadanos con la condición de aceptar la narrativa de la pandemia, los sistemas de vacunación y seguimiento. No es de extrañar que en muchos casos sean precisamente los sacerdotes y obispos – y el mismo Bergoglio – quienes pidan que las personas se vacunen para poder acceder a los sacramentos – la perfecta sincronía de acción de ambos lados es inquietante por decir lo mínimo.
Pero, ¿dónde está entonces este uso instrumental del Missale Romanum? ¿No deberíamos hablar más bien del uso instrumental del Misal de Pablo VI, que -parafraseando las palabras de Bergoglio- se caracteriza cada vez más por un creciente rechazo no solo a la tradición litúrgica preconciliar sino a todos los Concilios Ecuménicos anteriores al Vaticano II?
Por otra parte, ¿no es precisamente Francisco quien considera una amenaza para el Concilio el simple hecho de que pueda celebrarse una misa que repudia y condena todas las desviaciones doctrinales del Vaticano II?
Otras incongruencias
¡Nunca en la historia de la Iglesia un Concilio o una reforma litúrgica constituyeron un punto de ruptura entre lo que vino antes y lo que vino después! ¡Nunca en el transcurso de estos dos milenios los Romanos Pontífices trazaron deliberadamente una frontera ideológica entre la Iglesia que los precedió y la que tenían que gobernar, anulando y contradiciendo el Magisterio de sus Predecesores!
El antes y el después, en cambio, se convirtió en una obsesión, tanto de quienes insinuaron prudentemente errores doctrinales detrás de expresiones equívocas, como de quienes -con la osadía de quienes creen haber ganado- propagaron el Vaticano II como “el 1789 de la Iglesia, como un evento profético y revolucionario”. Antes del 7 de julio de 2007, en respuesta a la difusión del rito tradicional, un conocido maestro de ceremonias pontificio respondió con resentimiento: «¡No hay vuelta atrás!» Y, sin embargo, aparentemente con Francisco uno puede retroceder sobre la promulgación del Summorum Pontificum, ¡y cómo! si sirve para conservar el poder y evitar que el Bien se propague. Es un lema que repite siniestramente el grito de “Nada será como antes” de la farsa pandémica.
La admisión de Francisco de una supuesta división entre los fieles vinculados a la liturgia tridentina y aquellos que en gran parte por costumbre o por resignación se han adaptado a la liturgia reformada es reveladora: no busca curar esta división reconociendo plenos derechos a un rito que es objetivamente mejor con respecto al rito montiniano, pero precisamente para evitar que se haga evidente la superioridad ontológica de la Misa de San Pío V, y para evitar que surjan las críticas al rito reformado y a la doctrina que expresa, lo prohíbe, la califica de divisoria, la confina a los resguardos indios, tratando de limitar su difusión tanto como sea posible, para que desaparezca por completo en nombre de la cultura canceladora de la que la revolución conciliar fue la desafortunada precursora. No poder tolerar que el Novus Ordo y el Vaticano II emergen inexorablemente derrotados por su enfrentamiento con el Vetus Ordo y el magisterio católico perenne, la única solución que se puede adoptar es anular todo rastro de Tradición, relegándola al refugio nostálgico de algún octogenario irreductible o una camarilla de excéntricos, o presentarlo -como pretexto- como el manifiesto ideológico de una minoría de fundamentalistas. Por otro lado, construir una versión mediática acorde con el sistema, que se repita hasta la saciedad para adoctrinar a las masas, es el elemento recurrente no solo en el ámbito eclesiástico sino también en el político y civil, por lo que aparece con desconcertante evidencia que la Iglesia profunda y el Estado profundo no son más que dos vías paralelas que discurren en la misma dirección y tienen como destino final el Nuevo Orden Mundial, con su religión y su profeta.
La división está ahí, obviamente, pero no proviene de buenos católicos y clérigos que se mantienen fieles a la doctrina de todos los tiempos, sino de aquellos que han reemplazado la ortodoxia por la herejía y el Santo Sacrificio por un ágape fraterno. Esa división no es nueva hoy, sino que se remonta a los años sesenta, cuando el “espíritu del Concilio”, la apertura al mundo y el diálogo interreligioso convirtieron en paja dos mil años de catolicidad y revolucionaron todo el cuerpo eclesial, persiguiendo y condenando al ostracismo. Sin embargo, esa división, lograda al traer confusión doctrinal y litúrgica al corazón de la Iglesia, no parecía tan deplorable entonces; mientras que hoy, en plena apostasía, se considera paradójicamente divisivo a quienes piden, no la condena explícita del Vaticano II y el Novus Ordo, sino simplemente la tolerancia de la Misa «en la forma extraordinaria» en nombre del tan cacareado pluralismo multifacético.
Significativamente, incluso en el mundo civilizado, la protección de las minorías sólo es válida cuando sirven para demoler la sociedad tradicional, mientras que dicha protección se ignora cuando garantizaría los derechos legítimos de los ciudadanos honestos. Y ha quedado claro que bajo el pretexto de la protección de las minorías la única intención era debilitar a la mayoría de los buenos, mientras que ahora que la mayoría está formada por los corruptos, la minoría de los buenos puede ser aplastada sin piedad. La historia reciente no carece de antecedentes esclarecedores al respecto.
Este texto continuará la semana próxima…
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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».
Redacción Anwo.life
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