Los precios de la energía se disparan, ya sea el gas natural, el petróleo, el carbón o la electricidad, y los consumidores tienen que rascarse cada vez más en sus bolsillos. A pesar de la enorme expansión de las energías renovables, seguimos dependiendo de los combustibles fósiles y esto no parece que vaya a cambiar pronto. La evolución de los precios en los últimos meses debería haber sido una llamada de atención para los políticos en la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU en Glasgow. En cambio, los políticos siguen guiándose más por sus deseos que por la lógica cuando se trata de la transición energética. La crisis energética está poniendo de manifiesto de forma implacable los objetivos contradictorios de la llamada transformación energética.
La crisis energética nos trae recuerdos de los años 70. Entonces, durante la crisis del petróleo, había largas colas frente a las gasolineras. En la actualidad, también hay escasez de combustible en los surtidores británicos y las gasolineras alemanas se van quedando sin AdBlue. Las primeras consecuencias de la transición energética se hacen visibles.
La política, para salir airosa -para que todos salgamos airosos- de esta crisis energética, debe desprenderse del lastre dogmático. El “greenwashing” del gas natural muestra objetivos contradictorios en la transición energética. Confuso el mensaje lanzado desde Bruselas, desde donde nos decían hasta hace poco que quemar combustibles fósiles era poco menos que pecado, pero ahora nos dicen que quemar gas natural no lo es. O es un pecado venial.
Poca visibilidad se está dando a las consecuencias de la explosión de los precios del gas natural en todo el mundo. Las primeras empresas ya han detenido o reducido considerablemente su producción. Entre ellos se encuentran los fabricantes de fertilizantes en Gran Bretaña, por ejemplo, o los productores de AdBlue en Italia. En China ya se han producido cortes de electricidad a gran escala porque no había suficiente carbón disponible.
Los caprichos incontrolables del clima -unos días hace viento o luce el sol, otros días NO- hacen que a demanda de combustibles fósiles aumente más rápido de lo que el mercado puede reaccionar. Esta falta de agilidad de los proveedores tiene mucho que ver con los mensajes que desde la política llevan recibiendo hace ya más de un lustro: extraer y quemar combustibles fósiles no sólo es pecado, estará severamente gravado fiscalmente. ¡Nadie invierte en esas condiciones! Ahora resulta que el gobierno estadounidense ha pedido a los países productores de petróleo que aumenten su producción y Europa ha pedido a Rusia que suministre más gas natural. Al mismo tiempo, la Agencia Internacional de la Energía advierte que hay que dejar de invertir en nuevos yacimientos de petróleo, gas y carbón si queremos cumplir los objetivos de protección del clima acordados para 2050. No hay quien lo entienda.
A principios de año, un largo invierno en Europa y Asia provocó un aumento de la demanda de energía. A esto le siguió un verano muy nublado y sin viento, lo que se tradujo en una producción de electricidad a partir de energías renovables significativamente menor en Europa. Más centrales eléctricas de carbón y gas tuvieron que intervenir para satisfacer la demanda de electricidad. Esto creó una demanda no planificada de carbón y gas, que tuvo que ser cubierta a corto plazo en los mercados. A esto se añade el aumento del impuesto sobre el CO2 de los combustibles fósiles. Así que el efecto deseado por los políticos se produjo: los combustibles fósiles se han encarecido enormemente.
La crisis energética es comentada de forma diferente por los distintos partidos. Los escépticos de la transición energética señalan la falta de fiabilidad de las tecnologías verdes. Los ecocampeones ven la necesidad de ampliar las energías renovables aún más rápido para ser independientes de los combustibles fósiles.
Sin embargo, si se observan los hechos sin prejuicios ideológicos, rápidamente queda claro que los objetivos contradictorios de la transición energética entre la seguridad del abastecimiento, la compatibilidad medioambiental y la asequibilidad han quedado expuestos y visibles para todos.
Unos precios más elevados suelen generar más inversiones. Sin embargo, este no es el caso actual de los productores de bienes energéticos fósiles. Por un lado, les gustaría, por supuesto, llevarse los beneficios de la subida de precios; por otro, los políticos y las ONG ejercen una presión masiva para que se deje de invertir en la extracción/comercialización de combustibles fósiles. El resultado es que cada vez más empresas energéticas sólo invierten en programas “verdes”. Nadie parece reparar en el verdadero problema: ¿y si surge una falta de disponibilidad en la oferta?
La transición energética está inevitablemente asociada a una mayor electrificación. Sin embargo, las energías renovables tienen el problema de que no pueden producir electricidad en función de la demanda debido a la meteorología. Esto hace que un suministro de energía estable sea problemático y conlleva unos costes enormemente elevados. En la actualidad, no existe una solución técnica asequible para almacenar el excedente de electricidad en cantidades suficientes y poder recurrir a ella cuando se necesite. Estas instalaciones de almacenamiento no estarán disponibles durante mucho tiempo. Por eso necesitamos centrales eléctricas de reserva que puedan intervenir cuando el viento y el sol no puedan hacerlo.
Cada vez son más los países que recurren a la energía nuclear. De lo contrario, es inevitable recurrir a los combustibles fósiles, como el gas natural o el carbón. Las centrales de gas emiten algo menos de CO2 que las de carbón, por lo que se consideran una tecnología puente en los países que rechazan la energía nuclear. Pero recuerden: los elevados precios del gas también provocan un aumento significativo del precio de la electricidad.
Los objetivos contradictorios de la política energética sólo pueden resolverse si se abandonan las posturas ideológicas y se permite una amplia combinación energética con las correspondientes capacidades de reserva. Clasificar el gas natural como tecnología “verde” y equipararlo así a la energía nuclear no es más que un esfuerzo por ocultar la argumentación ideológica, porque el gas natural no está libre de emisiones de CO2. El verdadero potencial de reducción de gases de efecto invernadero debe ser la medida del sistema energético utilizado y no una tecnología glosada por la ideología.
Ideología… las centrales de respaldo cuestan dinero, pero son esenciales para un suministro eléctrico seguro. Los costes adicionales frenarán el crecimiento económico en la transición, ya que el aumento de los costes de la electricidad conduce inevitablemente a un incremento de los costes de todos los bienes y servicios, alimentando así la inflación.
Los políticos deben aprender las lecciones correctas de la actual crisis energética y concentrarse ahora en lo esencial de la política energética y climática. Para ello, sin embargo, hay que descartar primero el lastre dogmático. Si esto no se consigue rápidamente, es sólo cuestión de tiempo que el suministro se colapse.
*Luis Gómez Hernández – disidentia.com
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Redacción Anwo.life