Nadie. Al menos ninguno de esos personajes a los que se les cae de la boca para subirla a los altares y santificarla como la estrella que guía a los Magos de Oriente hacia el encuentro de Dios. Tampoco el popular vulgo, perdonen que generalice, que a duras penas acaba de convencerse de que es el menos malo de los sistemas, mientras está claramente convencido de que malo es un rato largo. Hechos son amores y no buenas razones.
Transmutada desde su inicio en la dictadura de las mayorías hoy tiene en los de abajo el apoyo de la resignación y en los de arriba la necesidad de la coartada. Por desgracia para la mayoría y en demasiados lugares del mundo, si no en todos, la democracia se asemeja bastante a elegir cada cuatro o cinco años al sodomita omnipotente que moverá los hilos y las caderas.
Los países de nuestro entorno, los del muy primer mundo si me apuran, tienen arriba y abajo, en todos sus estratos sociales, una amplia mayoría de ciudadanos que muy difícilmente soportan el estilo de vida que difiere del propio, sea éste el de misa diaria o el de bacanal pornográfica, por tirar de clichés. No hablo de molestias e incordios, de eso no va esta pieza. Me refiero sin duda a ese afán prohibicionista y censor que no solo se muestra a diario en los medios de información, sino también en las barras de los bares y en las colas de la compra. Al final, los políticos no distan demasiado del común medio del contribuyente.
Los prejuicios y sus sesgos no pueden ser evitados. Tenemos pensamientos espontáneos que no podemos impedir, pero de la misma manera que hay un trecho del dicho al hecho, lo hay de ese pensamiento previo al juicio. Tras aplicarle el sentido común todo debería ser matizado y archivado en el cajón correspondiente. Parece que no estamos preparados para ello. Es uno de esos instintos tan humanos que no hemos sido enseñados a controlar y debiera ser tan repudiado en público como tirarse un pedo. Acaba siendo mucho más perjudicial a la larga que unos segundillos de hedor. Hiede de una forma distinta, fétida, pútrida y absolutamente hedionda, al meterse en una urna.
Como consecuencia, el uso de la democracia es el empleo de la apisonadora, el de la transformación de la sociedad en lo que a mí me parece bien, convirtiendo la fatal arrogancia de Hayek en mesianismo y megalomanía. No cabe nada que tenga que ver con el contrapeso o con Montesquieu. ¿Cómo voy a poder llevar a cabo la misión que me han encomendado los votantes – a muchos de ellos los vemos aplaudir, sin paguita asignada siquiera, en las redes sociales – si los jueces o el parlamento se dedican a entorpecer mi acción?
Son tantas y tantas cuestiones, tantas y tantas páginas del BOE que no pasarían el más somero examen de los impulsores de la democracia ilustrada o americana, que si nos paramos a pensarlo nos echaríamos a temblar. Hemos convertido un sistema pensado para controlar a los gobernantes en un sistema perfecto para someter a los ciudadanos. De ahí mi primera aseveración, la primera palabra de este texto. Desde hace muchos años, puede que siglos, nadie cree en el sistema, los que lo manejan desde luego, no hacen más que torpedearlo en cualquier parte del globo; pero tampoco el ciudadano de a pie, porque sigue apoyando que se dinamite sin piedad. Quizá aquí sí pueda dilucidarse si antes fue el huevo que gobierna o la gallina que se deja gobernar, pero, en cualquier caso, tomándose un café late en una terraza y plantando la oreja, uno acaba convencido de que las culpas están bastante bien repartidas.
Tan desdibujado está un modelo de gobernanza de la sociedad que pretendía ser liviano, operativo, quizá hasta eficiente, que su rearme y puesta de nuevo en valor se presenta como una tarea titánica. Los parásitos del mismo son tales que difícilmente pueden amputarse sin llevarse detrás miembros sanos. Todo se va aglutinado en torno al ganador de las elecciones y éste, dependiendo de la legislación local y de como de próximo al modelo inicial – el de los poderes separados y las instituciones contrapesadas – esté el modelo de sus dominios, fagocita poco a poco lo centros de poder, con la esperanza de forjar y poseer el anillo que los gobierne a todos. Sin prisa, pero sin pausa, deja de respetarse al maldito individuo, a la menor de las minorías y, llegados al siglo XXI, momento en el que ya nadie cree en el sistema, porque nadie ya lo reconoce, sólo queda hablar con los bomberos vecinos para no pisarse la manguera. De hecho, ya hace muchos años que se reúnen en el infecto garito de las Naciones Unidas, quizá el lugar del planeta más distinto a lo que imaginaron los Padres Fundadores.
Mientras aquí seguimos mirando a derecha y a izquierda, mirando el dedo. Y el dedo no señala esta vez a la luna. Es un puto meteorito del tamaño de Júpiter que viene hacia nosotros. Se llama democracia y en nada se parece a lo que un día fue. Pueden seguir mirando el espectáculo. Quizá sea lo mejor. Hay que reconocer que es entretenido. Seguramente no sea para tanto, no me hagan mucho caso que ya saben que yo, como Borges, soy solo un modesto anarquista.
Bueno, ni siquiera modesto, que miren con quien me comparo.
*José Luis Montesinos – disidentia.com
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Y recuerda… “No asumas NADA, cuestiona TODO”.
Redacción Anwo.life