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Videojuegos: La programación de una nueva y terrible realidad (Parte 2)

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Videojuegos
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Imaginemos, por ejemplo, un mundo en el que desde pequeñitos, en lugar de la idea de competitividad como actitud esencial para alcanzar el triunfo, se nos inculcara el concepto de cooperación desinteresada; un mundo en el que en lugar de la destrucción o la eliminación, el éxito se alcanzara a través de la construcción y la creación de elementos nuevos no existentes previamente; en el que la acumulación de unidades de un determinado elemento (puntos, medallas, galardones, dinero) no fuera valorado y no tuviera sentido; un mundo en el que no se diera valor a la consecución final y pragmática de un objetivo concreto, sino que todo el valor recayera, no solo en la belleza del camino que se recorre, sino en cómo se recorre ese camino.

Si te perdiste la primera parte de esta serie, te dejamos el link a continuación:

Videojuegos: La programación de una nueva y terrible realidad (Parte 1)

Y ahora imaginemos… ¿cómo sería un videojuego en un mundo en el que las personas tuvieran estos mecanismos mentales instalados en sus mentes?

Lo primero que podemos deducir del juego es que, al no estar basado en la competitividad con los demás, no existiría el concepto de ganador y perdedor. Así pues, es fácil deducir que el juego tampoco dispondría de una idea finalista de éxito o fracaso y, por lo tanto, probablemente, el juego nunca terminaría ni tendría limitaciones temporales.

Además, el juego no estaría basado en matar, destruir o eliminar elementos, sino que estaría basado en la creación constante de elementos nuevos y, por lo tanto, lo que se valoraría por encima de todo sería la forma en que esos elementos fueran creados, su belleza inherente y quizás su función instrumental.

Sabiendo todo esto, visualicemos cómo podría ser un videojuego en este mundo. Podríamos imaginar a muchos jugadores reunidos, construyendo en común estructuras espaciales, visuales y sonoras dinámicas, constantemente cambiantes a medida que cada jugador aportara un nuevo elemento expresivo al conjunto, lo que implicaría que todas las partidas serían radicalmente diferentes entre sí, pues cada aportación nueva cambiaría las condiciones que marcarían el desarrollo posterior del juego.

Esos juegos podrían consistir en la creación conjunta de edificios o ciudades fabulosas, en la composición de sinfonías surrealistas repletas de sonidos inimaginables y cambiantes, en la concepción de espacios tridimensionales fantásticos repletos de propiedades únicas o en la creación de estructuras danzantes dotadas de movimientos abstractos difíciles de concebir desde nuestro punto de vista; estas “partidas” probablemente no acabarían nunca y cada una sería una obra de arte abstracta en sí misma.

Ahora imaginemos a alguien criado desde pequeño con estos conceptos tan diferentes a los nuestros y démosle uno de nuestros videojuegos de “shooters”, en los que te dedicas a disparar a diestra y siniestra hasta que te matan.

¿No le parecerían muy aburridos nuestros juegos al jugador de ese otro mundo? Probablemente le chocaría que un juego tuviera un final; cuando le dijéramos que el éxito consiste en acumular puntos, probablemente lo consideraría algo absurdo y vacío de sentido y muy probablemente se aburriría recorriendo una y otra vez, escenarios no cambiantes creados por un desconocido en los que siempre repetir el mismo tipo de acciones destructivas.

A alguien cuya diversión consistiera en crear continuamente elementos nuevos y sorprendentes… ¿cómo le podríamos convencer de lo divertido que es romper y destruir elementos creados por un tercero? Su forma de pensar y de concebir la realidad, sería muy diferente de la nuestra. Al fin y al cabo, estaríamos ante un tipo de persona para la cual, una carrera atlética no tendría ningún sentido.

Cuando alguien le explicara que en una carrera “gana el que llega antes a un determinado lugar”, probablemente nos preguntaría… “¿y qué chiste tiene eso?”

En su mundo no finalista, las personas correrían solo para conseguir que cada paso dado representara un disfrute y fuera bello por sí mismo y el concepto de “carrera competitiva”, carecería de todo sentido y sería visto como algo vacío de contenido que no aporta nada. Nos diría… “¿para qué quieres llegar tan rápido a tal lugar, si lo divertido es recorrer el camino saltando y bailando sin preocuparse por el tiempo transcurrido?”

De la misma forma, cuando le contáramos que la satisfacción del fútbol consiste en ser el que mete más veces una pelota entre 3 palos durante 90 minutos, probablemente se quedaría perplejo y nos preguntaría… “¿qué gracia tiene meter una pelota entre 3 palos muchas veces?”. Probablemente, para él lo divertido sería hacer cosas con la pelota que no se le hubieran ocurrido nunca a nadie y hacerlas cada vez de forma diferente e innovadora.

Ahora realicemos el trayecto opuesto e imaginemos a un jugador de videojuegos de nuestro mundo, jugando a unos de esos videojuegos de creación abstracta de ese mundo imaginario, en los que no hay finalidad, triunfo, ni competición. Para alguien de nuestro mundo, un juego de este tipo sería algo insoportablemente aburrido y difícil de comprender. Nos diría… “¿cómo puedo divertirme con un juego que no puedo ganar, que no tiene ningún objetivo y que nunca termina?”.

Con todas estas elucubraciones, lo que queremos exponer es que existe una programación mental profunda inculcada por el Sistema que transforma nuestra visión de la realidad y que, por ejemplo, se expresa en aquello que nos divierte o entretiene; y los videojuegos son un claro exponente de ello.

Todos nuestros videojuegos, en el fondo, están basados en la acumulación, la competición, la destrucción y el finalismo. Estos mecanismos esenciales subyacen en un segundo plano, de la misma forma que subyacen en la forma en que se estructura el Sistema y, por ende, en la forma en que somos educados o programados por la sociedad desde que nacemos.

Así pues, poco importa que le quitemos a nuestro hijo el sangriento videojuego de “matar zombis” y en su lugar lo hagamos jugar al Angry Birds, al Candy Crush, al Parchís o al Ajedrez, porque los mecanismos de fondo de todos estos juegos son siempre los mismos, con diferentes formas de expresión.

Estas son las estructuras esenciales en las que no se fija nadie, cuando precisamente son las más importantes, porque representan el esqueleto del Sistema en sí. Hasta ahora hemos hablado de videojuegos, pero podemos extrapolar el mismo análisis realizado a otros elementos de nuestra existencia relacionados con el Sistema.

Por ejemplo, cuando emprendemos alguna de esas revoluciones o transformaciones sociales que parecen cambiarlo todo, en realidad no estamos cambiando nada más que la apariencia externa del Sistema. Cuando alguien pretende terminar con la Monarquía para instaurar la República, sacar a los Conservadores para poner a los Progresistas o acabar con la Dictadura para instaurar la Democracia, en realidad solo está cambiando el “God of War” por el “AngryBirds”.

A primera vista, realmente parece un cambio radical y las personas con una visión más superficial creerán convencidas que están protagonizando una transformación histórica. Pero, en el fondo, el Sistema solo cambia de piel; solo cambian los uniformes, los logos, el color de la bandera o la nomenclatura aplicada a la organización del estado.

Cambiamos sangrientos enemigos por simpáticos cerditos, pero en realidad, los mismos mecanismos psíquicos que lo sustentan todo, permanecen intactos. Nadie dice que no debamos luchar a nivel social, enarbolar las banderas de los ideales o implicarnos activamente en conseguir transformaciones socio-económicas. Hacerlo es indispensable si queremos transformar la sociedad.

Pero todas esas revoluciones y cambios, por positivos y justos que ahora nos parezcan, no servirán de nada si cada uno de nosotros no nos sumergimos en lo más hondo de nuestra psique y arrancamos de ahí las profundas raíces del Sistema.

A la mayoría de gente le resulta incómodo y egoísta aceptar esta cruda realidad, pero es así de simple: “Las Revoluciones de masas NO existen, ni existirán”. La auténtica Revolución, siempre será a nivel unipersonal.

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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».

Redacción Anwo.life

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Calentamiento global S.A.: cómo lucrar con el fin del mundo

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El calentamiento global se transformó en el miedo universal del siglo XXI. No importa dónde vivas, qué idioma hables o a qué partido político sigas: la narrativa es la misma —“la Tierra está en peligro y tú eres el culpable”.

La estrategia psicológica

Este discurso no es nuevo: en la historia se ha usado el miedo al castigo divino, el miedo al comunismo, el miedo al terrorismo… Hoy, el miedo climático cumple la misma función.
El ciudadano común se siente responsable de sequías, huracanes y derretimiento de glaciares, aunque en realidad su huella sea insignificante frente a la de corporaciones, ejércitos y grandes industrias.
El truco consiste en internalizar la culpa: hacer que la gente piense que por usar popote o no reciclar está condenando al planeta entero.

Del miedo al consumo

Cuando el miedo ya está instalado, se ofrece la redención.

  • ¿Sientes culpa por contaminar? Compra bolsas de tela.
  • ¿Temes al plástico? Compra botellas “biodegradables”.
  • ¿Quieres salvar al planeta? Paga más por un empaque eco-friendly.

Se crea así un mercado de la conciencia tranquila, donde los productos no se venden por lo que son, sino por el alivio moral que generan.

Impacto real vs. impacto comercial

El problema es que muchas de estas soluciones son más marketing que ecología:

  • Un popote de metal requiere tanta energía en su producción que necesita cientos de usos para compensar un popote de plástico.
  • Los plásticos “biodegradables” se degradan solo en plantas industriales, no en tiraderos comunes.
  • La ropa reciclada muchas veces es solo una mezcla mínima de fibras plásticas, pero se vende a precio premium.

En otras palabras: el planeta sigue ardiendo, pero el negocio crece. El miedo no se resuelve, se administra como un recurso renovable para mantener el consumo constante.

El caso del “popote”

En 2018, millones de personas alrededor del mundo se convencieron de que el popote de plástico era el gran enemigo del planeta. Campañas virales, fotos de tortugas con popotes en la nariz, videos desgarradores.
El mensaje fue claro: si usas popote, destruyes la vida marina.

¿Resultado? Gobiernos prohibieron los popotes, restaurantes los retiraron y las marcas aprovecharon la ola para vender popotes metálicos, de bambú o de vidrio a precios mucho más altos.

El detalle: los popotes representan menos del 0.025% del plástico en los océanos. La mayor parte proviene de redes de pesca, transporte marítimo y basura industrial. Pero esos sectores no se tocan porque son negocios intocables.

En otras palabras, se trasladó la culpa al consumidor común y se creó un mercado millonario de popotes alternativos, mientras el problema real quedó intacto.

La moda “verde” corporativa

Algo similar ocurre con las grandes marcas de bebidas y comida rápida:

Las compañías de ropa producen “colecciones recicladas” que representan apenas un porcentaje mínimo de su producción total, pero sirven para construir imagen y subir precios.

Sacan botellas con 30% de plástico reciclado y las venden como revolución sustentable.

Lanzan ediciones limitadas “eco” que cuestan más, aunque la producción global siga siendo igual de contaminante.

El miedo climático funciona como un producto en sí mismo: se vende la idea de que el consumidor individual puede salvar al planeta con compras simbólicas, mientras los verdaderos responsables mantienen intactas sus prácticas.


Al final, lo que menos cambia es el planeta… lo que más crece son los márgenes de ganancia.

Los nuevos gigantes verdes

Si el miedo es el producto, los gigantes corporativos son los que monopolizan la venta de la salvación. En nombre del calentamiento global, las grandes empresas han encontrado la forma de presentarse como héroes del planeta, al tiempo que crean nuevos imperios económicos.

Autos eléctricos: la promesa de “cero emisiones”

El auto eléctrico es el símbolo máximo de la transición verde. Se vende como “cero emisiones”, pero detrás de esa imagen hay una realidad mucho menos limpia:

  • La extracción de litio, cobalto y níquel para baterías destruye ecosistemas completos y deja comunidades enteras sin agua.
  • La mayor parte de la electricidad que los recarga proviene todavía de carbón, gas o petróleo.
  • Las baterías usadas generan un nuevo problema de desechos tóxicos para el que aún no existe solución global.

Aun así, gobiernos de todo el mundo subsidian su compra, beneficiando principalmente a las grandes automotrices. No es salvar el planeta, es crear un nuevo mercado cautivo.

Créditos de carbono: contaminar pagando

Los llamados “créditos de carbono” son la genialidad del capitalismo verde: una empresa altamente contaminante puede seguir emitiendo CO₂ siempre que pague por proyectos compensatorios, como plantar árboles o financiar energías renovables en otro país.
El resultado:

  • Empresas siguen contaminando igual.
  • Los gobiernos presumen reducciones en papel.
  • Se abre un mercado especulativo de bonos y certificados que se comercian como acciones en Wall Street.

En otras palabras, se convirtió en un negocio global donde contaminar es legal si pagas lo suficiente.

Energías renovables: sol y viento… con dueño

La transición energética es otra bandera verde. Paneles solares y aerogeneradores se presentan como la panacea, pero:

  • Los megaproyectos solares y eólicos requieren miles de hectáreas, muchas veces en tierras comunales o ejidales, donde las comunidades terminan desplazadas.
  • Los beneficios económicos se concentran en grandes corporaciones extranjeras, no en los habitantes locales.
  • La fabricación de paneles solares y turbinas también depende de materiales que contaminan en su extracción.

Así, el “futuro limpio” tiene dueño y factura miles de millones, aunque la justicia ambiental sea mínima.


Los gigantes verdes no están resolviendo el problema, lo están reconfigurando en un mercado global. Cada solución se convierte en un producto, cada producto en un negocio, y cada negocio en una oportunidad de control. El planeta arde, pero los nuevos titanes verdes no buscan apagar el fuego: buscan vendernos el extinguidor.

Fondos, subsidios e impuestos “verdes”

La industria del calentamiento global no solo se sostiene con productos de consumo masivo, sino con un andamiaje financiero y político que asegura flujos de dinero constantes. Es el negocio institucionalizado: gobiernos que subsidian, bancos que invierten y ciudadanos que pagan.

Fondos verdes: trillones en juego

El cambio climático abrió una de las mayores oportunidades de inversión del siglo XXI: los bonos climáticos y los fondos de inversión verdes.

  • Según la Climate Bonds Initiative, el mercado de bonos verdes supera ya los 2.5 billones de dólares a nivel global.
  • Empresas y gobiernos los emiten para financiar proyectos supuestamente sustentables, pero muchas veces los fondos acaban en megaproyectos polémicos (presas, parques eólicos, minería “verde”).
  • Al final, Wall Street y los bancos internacionales encuentran en el “planeta en peligro” un motor financiero estable y de largo plazo.

Subsidios estatales: el dinero público al rescate

Los gobiernos destinan miles de millones en subsidios y estímulos fiscales para las llamadas “tecnologías limpias”:

  • Compra de autos eléctricos.
  • Instalación de paneles solares.
  • Incentivos fiscales a corporaciones energéticas.

El problema: gran parte de estos beneficios no llegan al ciudadano común, sino a empresas que ya son gigantescas. Tesla, por ejemplo, construyó su imperio inicial gracias a subsidios estatales en EE. UU. y China. Lo que parece política ambiental es en realidad transferencia de riqueza pública hacia corporaciones privadas.

Impuestos verdes: la carga al consumidor

Bajo el argumento de “cuidar el planeta”, se han creado nuevas figuras fiscales:

  • Impuestos al carbono en combustibles y transporte.
  • Cobros extra por empaques no reciclables.
  • Tarifas ambientales en turismo y aviación.

En la práctica, estas medidas no modifican las prácticas de los grandes contaminadores, pero sí encarecen la vida cotidiana del ciudadano. El consumidor paga más por productos “eco” mientras las corporaciones continúan operando sin cambios estructurales.


Los fondos, subsidios e impuestos “verdes” son la columna vertebral de la industria del calentamiento global. Se presenta como política ambiental, pero es en realidad un sistema financiero paralelo que canaliza dinero público y privado hacia quienes han sabido monetizar el miedo climático. El planeta sigue esperando resultados; los balances contables, en cambio, no paran de crecer.

Lo que queda fuera del discurso

En cada cumbre internacional, en cada campaña oficial y en cada reportaje sobre el calentamiento global, hay grandes ausentes. Son sectores tan poderosos que se mantienen fuera del radar mediático y político, aunque sean responsables de una parte sustancial de las emisiones globales.

El transporte marítimo y aéreo: la excepción invisible

  • El transporte marítimo internacional mueve más del 80% del comercio mundial y es responsable de cerca del 3% de las emisiones globales de CO₂, lo mismo que un país entero como Alemania.
  • La aviación comercial, con millones de vuelos al año, representa casi otro 2.5% de las emisiones globales.
  • Sin embargo, en los acuerdos climáticos internacionales, estos sectores aparecen apenas con compromisos voluntarios, sin regulaciones estrictas ni impuestos proporcionales.

El mensaje es claro: puedes multar al ciudadano por usar bolsas de plástico, pero no tocas al buque carguero que trae 10 mil contenedores de China.

La industria militar: el intocable mayor contaminado

El ejército de EE. UU. es considerado el mayor consumidor institucional de petróleo en el mundo. Su gasto energético supera al de países enteros.

  • Aviones de combate, tanques, portaaviones y bases militares generan una huella de carbono monumental.
  • Aun así, la industria militar queda fuera de las negociaciones climáticas internacionales: no aparece en los compromisos de reducción de emisiones ni en los informes globales.

En otras palabras: se puede culpar al ciudadano por usar un auto viejo, pero los ejércitos pueden seguir contaminando sin que nadie los cuestione.

Las corporaciones que se “pintan de verde

Grandes compañías de petróleo, gas y minería lanzan campañas millonarias para mostrar su compromiso ambiental. Pero:

  • Siguen expandiendo proyectos de extracción.
  • Financian investigaciones y ONGs que suavizan su imagen.
  • Pagan bonos de carbono para legitimarse como “net zero” sin modificar su modelo de negocios.

Es un lavado verde de imagen: contaminan a gran escala mientras trasladan la culpa y el costo al consumidor común.


El discurso climático oficial está diseñado para señalar lo que conviene y silenciar lo que amenaza al negocio. Los sectores más poderosos —transporte global, industria militar y megacorporaciones— permanecen intocables.


La narrativa del calentamiento global no es solo ciencia: es también un guion político y económico donde los verdaderos responsables nunca aparecen en escena.

Salvar al planeta o salvar bolsillos

El calentamiento global existe y es un fenómeno real, pero su gestión se ha convertido en un negocio multimillonario disfrazado de salvación ambiental. La confusión intencional entre cambio climático (natural) y calentamiento global (atribuido al humano) ha permitido construir un guion político y económico que funciona con tres pasos muy claros:

  1. Instalar el miedo: el mundo se va a acabar.
  2. Culpabilizar al ciudadano: tu consumo, tus bolsas, tus popotes.
  3. Ofrecer la redención: compra productos verdes, paga impuestos, acepta subsidios que terminan en manos corporativas.

El resultado es un sistema perfecto de transferencia de riqueza:

  • Gobiernos que recaudan nuevos impuestos ambientales.
  • Corporaciones que facturan con el sello “eco”.
  • Bancos que especulan con bonos climáticos.
  • Y ciudadanos que pagan más caro por todo mientras el planeta sigue en crisis.

La gran ironía es que lo único verdaderamente sustentable es el negocio mismo, no el futuro de la Tierra. El discurso ambiental se convierte en un escaparate de marketing donde lo verde no significa limpio, sino rentable.


Calentamiento global S.A.” no es solo un juego de palabras: es la realidad. Una industria que lucra con el miedo, que convierte la culpa en dinero y que asegura que, aunque el planeta siga ardiendo, sus bolsillos nunca dejen de crecer.

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Editorial

¿Está el Ejército Mexicano preparándose para una intervención extranjera?

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invasion México
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Por: Andrew Garza

En los últimos meses han comenzado a circular rumores inquietantes: ejercicios militares atípicos, discursos nuevos desde la Sedena, análisis de inteligencia informal y voces desde dentro del propio ejército que advierten que México podría estar anticipando una posible intervención extranjera.

¿Se trata solo de paranoia alimentada por redes sociales? ¿O realmente hay señales que apuntan a un giro defensivo en la doctrina militar del país?

Esta es la pregunta que hoy nos toca plantear. Porque, aunque no haya tanques en las calles ni declaraciones oficiales de guerra, algo está cambiando en el discurso, en la forma y en el fondo del aparato militar mexicano.

1. Señales que encienden las alertas

Cambios en ejercicios militares

De acuerdo con observadores y veteranos, algunas unidades del Ejército Mexicano han comenzado a realizar maniobras con lógica de defensa territorial, no solo combate urbano contra el crimen organizado. Estas prácticas incluyen:

  • Simulación de control de rutas estratégicas y zonas fronterizas.
  • Respuesta rápida a inserciones externas.
  • Uso de armamento pesado y artillería de campaña fuera del contexto de desastres naturales.

Aunque no hay comunicados oficiales que lo confirmen, se trata de un patrón que rompe con la rutina tradicional de los planes DN-II y DN-III, enfocados en seguridad interior y atención a desastres.

Un nuevo discurso desde la Sedena

La narrativa institucional también ha cambiado sutilmente. Donde antes se hablaba de “apoyo a la población” y “seguridad pública”, ahora se comienza a escuchar:

  • “Defensa de la soberanía”,
  • “Protección de fronteras” y
  • “Preparación ante amenazas externas”.

Estas frases no son casuales. Denotan un desplazamiento simbólico hacia una visión más geopolítica del rol de las Fuerzas Armadas.

Rumores dentro del Ejército

Algunos analistas que mantienen contacto con personal activo reportan comentarios discretos entre mandos medios y altos, quienes:

  • Aseguran estar recibiendo instrucciones más orientadas a escenarios de conflicto externo.
  • Advierten sobre ejercicios que incluyen la simulación de ingreso de tropas extranjeras.
  • Mencionan una creciente presión política para mantener “el control territorial total”.

Si bien se trata de información no confirmada, el hecho de que estos rumores circulen dentro del Ejército es ya un dato relevante.

Lo que dicen los medios alternativos

Programas como Tras las Líneas y figuras como GAFE423 han planteado con seriedad una hipótesis incómoda:

“El Ejército Mexicano se está preparando no para invadir, sino para repeler una invasión.”

En su análisis, vinculan esta postura con las declaraciones públicas de Donald Trump y legisladores republicanos que han sugerido intervenir militarmente en México para combatir a los cárteles, incluso sin autorización del gobierno mexicano.

Según estos analistas, la Sedena podría estar anticipando un escenario de intervención “quirúrgica” por parte de Estados Unidos, y estar calibrando sus capacidades para evitarlo o, al menos, dificultarlo.

2. La realidad y los límites del discurso

Doctrina legal del Ejército Mexicano

Por Constitución, las Fuerzas Armadas están diseñadas para actuar dentro del territorio nacional. El Plan DN-I —dedicado a la defensa ante agresiones externas— nunca ha sido activado en la historia reciente, y solo puede ponerse en marcha mediante declaración oficial del Senado.

No hay despliegues defensivos reales

A pesar de los rumores y el discurso, no hay evidencia visible de una movilización militar con objetivos defensivos:

  • No se han instalado cuarteles avanzados en la frontera.
  • No hay reportes de compras masivas de equipo defensivo ni despliegue aéreo estratégico.
  • Las acciones continúan concentradas en seguridad pública, migración y combate al crimen.

La postura del gobierno

La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido clara:

“Nuestro territorio es inviolable. Nuestra soberanía es inviolable. Podemos cooperar, pero nunca aceptaremos tropas estadounidenses en nuestro suelo.”

Sedena, por su parte, mantiene el discurso de colaboración, pero también ha endurecido el tono en cuanto a soberanía y autonomía operativa.

¿Y si es solo una narrativa?

Existe también otra lectura: que todo esto no es preparación real para un conflicto armado, sino una narrativa estratégica con fines internos:

  • Justificar un mayor presupuesto militar.
  • Expandir la militarización del territorio bajo el pretexto de seguridad nacional.
  • Generar cohesión interna en el Ejército ante un escenario político volátil.

3. Entre la sospecha y la evidencia

El Ejército Mexicano no está movilizando tropas, ni hay señales claras de preparación para una guerra.

Pero sí es cierto que:

  • El discurso ha cambiado.
  • Los entrenamientos se están adaptando.
  • Circulan rumores internos sobre escenarios de conflicto externo.

¿Es paranoia o prevención? ¿Narrativa política o preparación táctica?

Por ahora, la evidencia apunta más a lo segundo. Pero cuando las Fuerzas Armadas cambian su lógica, vale la pena al menos hacerse la pregunta.

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Pánico en Italia por la Subida de Precios de la Pasta: ¿Impactará en Estados Unidos?

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En Italia
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En Italia, la pasta es un asunto serio y fundamental en la vida diaria. Por lo tanto, no es sorprendente que los precios disparados de los espaguetis, fettuccinis, bucatinis y otros favoritos hayan causado pánico en Italia. Una inminente crisis de la pasta ha asustado tanto a los italianos que el gobierno ha convocado reuniones especiales para abordar el aumento de precios. Incluso los consumidores italianos enojados han llamado a una «huelga de pasta» para protestar contra los precios en aumento.

(más…)

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