Hay muchas formas de conformismo y obediencia, muchas veces ocultas bajo una máscara de rebeldía o activismo alternativo.
Todos tenemos una tendencia a abrazarnos al discurso superficial que acompaña a cualquier iniciativa, siempre y cuando, ésta venga adornada con un bonito mensaje al que nos podamos adherir. Sin embargo, nunca nos preguntamos qué puede esconderse detrás de estas palabras, ni tampoco analizamos qué implicaciones puede tener el mensaje.
Con esta actitud, en el fondo conformista e insustancial, lo único que conseguimos es pervertir lo que podrían ser iniciativas potencialmente transformadoras de la realidad, convirtiéndolas en meras anécdotas sin esencia.
Pongamos un ejemplo. Hace unos años, abrió una tienda en Reino Unido, llamada SHARE (compartir), misma que nos presenta una iniciativa curiosa y muy positiva. Resulta que esta tienda tiene como objetivo transformar el futuro de la venta al por menor, basándose en el alquiler de artículos y en la responsabilidad sobre las cosas que usamos.
En este “centro de alquiler”, los artículos son prestados en vez de vendidos y cada vez que alquilamos un artículo para usarlo durante un tiempo, recibimos un historial personalizado con la descripción de su anterior propietario. Sus fundadores creen que esto alimenta la confianza y el respeto, a la vez que proporciona un servicio práctico. La tienda también tiene como objetivo reducir los residuos, ahorrar dinero a los clientes y formar a los jóvenes con habilidades prácticas a través de talleres y eventos sociales.
Así pues, se pide a la gente que done o preste artículos de calidad y útiles, para que posteriormente la tienda arriende a los demás clientes estos durante varios días. Tan sólo se cobra una tarifa nominal al pedir prestado algún artículo, de entre 1 y 4 libras esterlinas. Todos los artículos se muestran con la historia del objeto y una foto de la persona que lo donó, para con esto, animar a la gente a forjar conexiones y compartir experiencias.
La tienda abrió sus puertas después de que a ocho jóvenes desempleados se les dieran tan sólo dos meses para su creación y puesta en marcha del proyecto. Una de las personas que participan, Maija Helena Powell, afirma que trabajar en este proyecto ha sido una gran revelación para ella y que no se imagina otro lugar donde pudiera tener la oportunidad de crear un negocio sostenible a partir de cero y participar en cada paso del proceso.
Por su parte, el ayuntamiento de la población de Frome, donde está ubicada la tienda, proporcionó fondos para su puesta en marcha y se espera que la tienda vaya a convertirse en una empresa totalmente autosuficiente dentro de los próximos seis meses. Según el ayuntamiento, ayudar a la población a compartir recursos, no sólo ahorra dinero, sino que reduce los residuos y el consumo de carbono también.
En promedio, en la casa usamos un taladro eléctrico durante tan sólo 15 minutos de su tiempo total de vida y es innecesario comprarlo para darle un uso tan restringido. Con iniciativas como ésta, la gente accederá a los elementos que necesita, desde herramientas para la cocina a equipamiento de camping, sin los gastos, molestias y necesidades de almacenamiento que tenemos al comprarlos.
Sin duda, “SHARE” parece ser una muy buena idea, acorde con los tiempos actuales, en los que las personas están adquiriendo una mayor conciencia sobre los males del consumismo desenfrenado y sus efectos nocivos sobre la salud del planeta. Iniciativas como ésta, están floreciendo por doquier en todo el mundo y son un ejemplo claro de hacia dónde nos dirigimos en un futuro. Así pues, nos encontramos frente a proyectos mucho más racionales que ese consumo desaforado y enloquecido al que hemos estado habituados durante décadas, mismo que ha llevado a nuestro mundo al borde del desastre.
El nuevo modelo “zombinista”
Compartir con los demás aquello que no necesitamos es lo correcto, lo lógico y es una muestra de inteligencia colectiva, de convivencia y de auténtica civilización. Pero, como decíamos al principio del artículo, no debemos conformarnos con adherirnos a ello sin hacernos también algunas preguntas incómodas. Para esto, esto tendríamos que abandonar la confortable superficie del mensaje más amable y estar dispuestos a enfrentarnos con sus posibles sombras ocultas.
Lamentablemente, nos han hecho creer que el deterioro del planeta se debe, casi exclusivamente, a la población que “quiere poseer demasiadas cosas” y que “no clasifica adecuadamente la basura”; de la misma forma que se culpó a la propia población tras el estallido de la última crisis, acusándola de “querer vivir por encima de sus posibilidades”, por el simple hecho de querer cumplir como zombis programados, con los sueños consumistas que el propio sistema les había inculcado.
Y un discurso similar se está repitiendo, por ejemplo, con uno de los mayores peligros a los que se enfrenta la humanidad en el futuro: la proliferación de las superbacterias resistentes a los antibióticos, de la cual se ha culpado sibilinamente a la población “por abusar de la automedicación”, pasando por alto la responsabilidad de los propios médicos, que han sido los primeros en prescribir exageradamente esos antibióticos sirviendo a sus amos de las farmacéuticas; esas mismas grandes empresas farmacéuticas que han inundado el mercado agrícola y ganadero con esos antibióticos, que han terminado por contaminar la tierra y el agua, provocando la proliferación de esas bacterias cada vez más resistentes.
Es un discurso que se repite, de forma muy sutil, una y otra vez, y que, en el fondo, se puede resumir como “la culpa es de los pobres, la culpa es tuya, tú eres el responsable de todos los males”.
Y sí, es cierto. Todos tenemos una responsabilidad compartida que no debemos eludir y todos debemos contribuir en cambiar el mundo y construir un futuro mejor para nuestro planeta y para nuestros descendientes. Pero que debamos aceptar nuestra responsabilidad, y que ésta sea compartida, no significa que sea la misma para todos.
Si para crear un mundo mejor y más equilibrado debemos renunciar al consumismo excesivo, a tener nuestro propio coche, nuestra propia casa, nuestros pequeños lujos o si incluso debemos renunciar a todo tipo de propiedad privada, pues bien, hagámoslo. Pero hagámoslo empezando por donde se tiene que empezar.
En lugar de centrar nuestros esfuerzos en la anécdota insulsa del intercambio de pequeños artículos y otras sandeces por el estilo, empecemos por la eliminación de la propiedad privada sobre los recursos naturales, que son la auténtica clave para cambiar el mundo. Acabemos con la propiedad privada sobre todos los recursos mineros: las minas de cobre, de plata, de oro y de todos los metales y minerales.
Compartamos, para el bien común de toda la humanidad, las explotaciones de diamantes, los pozos de petróleo y los de gas de todo el planeta. Convirtamos en un bien compartido por toda la población, las extensas plantaciones de palma de aceite para fabricar biocombustible, así como todas las grandes explotaciones agrícolas en manos de multinacionales privadas.
Compartamos, por el bien común, la gestión y los beneficios asociados a la generación y suministro de energía: las centrales nucleares, las plantas térmicas de ciclo combinado y todos los campos de energía solar y eólica. Asimismo, compartamos todos los recursos acuíferos de la tierra y no permitamos que sean acaparados impunemente por los grandes poderes financieros y bancarios, como está sucediendo actualmente.
Compartamos los beneficios de las entidades bancarias y financieras, así como los inmensos beneficios de las empresas farmacéuticas, que deberían velar por el bien de toda la humanidad y por la cura de todas las enfermedades, en lugar de buscar obsesivamente un lucro económico por ello.
Si todos compartiéramos, para beneficio de toda la humanidad, la gestión de todos los recursos planetarios para impedir que cayeran en manos de entidades privadas donde solo prima la ambición y la codicia sin freno, el mundo sería un lugar mucho mejor… ¿o no?
Sería fantástico y el mundo cambiaría de verdad. Así sí salvaríamos realmente el planeta: compartiendo lo que realmente es de todos. Pero, lamentablemente, esto no sucederá nunca…¿y sabes por qué?
Porque como pueblo nos hemos autoconvencido de que cambiar el planeta consiste en compartir una pelota, un sillón o unos bongós. Y al hacerlo, nos miramos satisfechos al espejo y nos decimos: “estoy cambiando las cosas” y miramos con superioridad moral a los que “aún no han llegado a nuestro elevado nivel de conciencia”, si así podemos irónicamente llamarle.
Así pues, hay quienes han decidido creer que estas pequeñas menudencias tienen el potencial de cambiar la historia y que, compartiendo el paraguas con el vecino, provocará un milagroso efecto dominó que llevará a las élites a renunciar voluntariamente al control de los recursos naturales, que son los que realmente determinan quién tiene el poder.
Por lo tanto, preferimos dejarnos hipnotizar, o “zombificar”, bajo el argumento de que “cambiaremos el mundo con pequeñas acciones”, afirmación que es mucho más confortable y segura.
“Ya no uso la bici, se la dejaré a alguien que la necesite”. ¡Menuda revolución! ¡Tiemblan los cimientos del sistema! (Esto, obviamente es una ironía).
La realidad es que seguimos comportándonos como animales de granja encerrados en un corral. Hasta ahora, nuestro amo nos arrojaba la comida en cestas, muriéndose de la risa mientras nos observa pelear los unos con los otros para conseguir el mejor bocado. Tal y cual lo hacen los cerdos.
Sin embargo, ahora resulta que ya no hay tanta comida y nuestro querido amo nos ha dicho que “tenemos que apretarnos el cinturón, hay que ser solidarios los unos con los otros y compartir las migajas como buenos hermanos para construir un mundo mejor”.
Y lo peor del caso, es que nos miramos unos a otros, con ese insufrible tono de superioridad moral y esa profunda estupidez iluminando nuestra mirada, mientras repetimos como loros: “sí, es que no podíamos seguir así, comíamos demasiado”.
Esto es lo que estamos empezando a hacer, obedientes, “zombis”, como siempre. Nos unimos todos para compartir las migajas, en lugar de unir nuestras fuerzas para echar abajo la puerta del corral y salir al campo abierto; ese campo inmenso que, de hecho, nos “pertenece”.
¿Cómo se puede ser tan sumiso y tan estúpido? ¿de verdad alguien cree que cambiará el mundo solo compartiendo tambores, balones o libros, haciendo manifestaciones pacifistas y abrazándonos todos con una sonrisilla idiotizada en el rostro?
Y la pregunta más importante… ¿acaso existe una diferencia entre el antiguo “zombi consumista” y el nuevo y mejorado “zombi dadivoso”? Claro que no. Sin duda… ¡NO EXISTE NINGUNA DIFERENCIA! Sólo son “Zombis”.
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Y recuerda… «No asumas NADA, cuestiona TODO».
Redacción Anwo.life